Don Pancho lo sabía todo sobre fútbol. Para el día en
que conoció a Matías era una leyenda. Había leído cuanta publicación había
llegado a sus manos, conocía de estrategias, campeonatos, jugadores, reglas y
anécdotas deportivas como nadie en el barrio. Los mayores contaban que cuando
había sido joven lo había llegado a conocer el gran Tito Drago en los menores
del Municipal, y que el sabio jugador había comentado que ese chiquillo narigudo
y de piernas arqueadas sería, qué duda cabía, el más grande futbolista del
Perú.
Había sido a fines de los años sesenta, cuando don Pancho
no era sino Panchito, un muchachito que jugaba en los terrales de Chorrillos,
al que su padre llevaba a la cancha de los muertos a jugar con niños mayores
que él. Panchito, creativo, hacía piruetas que deleitaban a los más viejos, y
fascinaban a don Tito, quien lo apadrinó en el Deportivo Municipal.
─Tú serás mi heredero ─decían que le había dicho el
patriarca de los Drago, y como para demostrar su absoluta confianza en el
pequeño, agregaba hablando a voz en cuello para dirigirse a los jugadores del
equipo titular─. Este niño está para jugar en el primer equipo, él un día será un maestro de la
talla de Garrincha o Pelé.
Aunque habían pasado muchos años, el amor por el fútbol
en don Pancho seguía vivo con pasión, y era así, que cuando contaba alguna de
las infinitas anécdotas futbolísticas que conocía, todos los chiquillos del
callejón, y aún los adultos, que por el mismo bardo habían escuchado esas
historias anteriormente, revoloteaban a su alrededor entusiasmados, empujándose
a codazos para ganar el mejor sitio y escucharlo con atención. Ante su absorto
público, don Pancho pintaba paisajes, esculpía jugadas y recreaba situaciones
con tal destreza que ante sus narraciones todo su público terminaba con la
sensación de haber sido testigo de un hecho prodigioso.
Las cosas cambiaron cuando le trajeron un pequeño para
presentárselo.
─Don Pancho ─dijo su compadre Jonás─, le ha nacido un
sucesor en el barrio.
Don Pancho lo miró con ojos escrutadores. Estimó que
el muchachito no tendría más de siete años. La misma edad que había tenido él
la primera vez que lo vio haciendo piruetas el gran Tito Drago.
─¿Y tú, chibolito? ─inquirió enredando sus dedos entre
los ensortijados cabellos del pequeño─, ¿qué sabes hacer?
No era la primera vez, y sabía que no era la última
vez que le traían a alguna futura promesa del fútbol peruano. Había visto
muchos, algunos de los cuales habían llegado a destacar, pero ninguno en verdad
lo había deslumbrado.
Acaba de hablar don Pancho, cuando el niño empezó a
hacer piruetas con la pelota como si hubiera sido poseído por el espíritu de
Ronaldinho, Neymar, Messi y Cristiano Ronaldo. El viejo futbolista pareció no
sorprenderse. El compadre Jonás sabía que esos malabares no lo sorprenderían,
conocía de sobra al viejo crack, y sabía que al ver a los jóvenes que realizaban esos artilugios replicaba
con un categórico: “eso mismo hacen los vagos que piden limosna junto al
semáforo”.
─Por qué no me pateas la pelota, sobrino, yo tapo
─dijo don Jonás.
Ante la mirada serena de don Pancho el niño pisó la
pelota y lanzó varios disparos con igual derroche de precisión y fuerza.
─Uy, curuju ─dijo don Pancho con una mano sobre la
gorrita─, aquí hay futuro. ¿Cómo te llamas, sobrino?
─Matías
─respondió el niño.
Eso
era todo, se había descubierto un nuevo talento en el barrio de Bajo el Puente.
***
El tiempo, tan lento para los jóvenes, pasa en un
abrir y cerrar de ojos para los ancianos. Fue así como una larga carrera de
diez años siendo codiciado por distintos clubes peruanos habían sido para
Matías Panizo una eternidad, pero habían transcurrido en un instante para don
Pancho. Cuando se anunció que un club español estaba interesado en comprar al
juvenil volante peruano la prensa enloqueció.
Entonces
en el barrio habían pintado un mural con el rostro de Matías, y una legión de
niños bautizados como Matías empezaba a dar sus primeros toques al balón. Doña Chevita,
la abuela del muchacho se había mudado a la casa que aquel le regaló en Surco,
pero volvían cada vez que podían, y lo hicieron mientras el joven defendió los
colores del Sevilla, siendo considerado el jugador revelación de la temporada
2023. No cambió mucho el panorama cuando el Real Madrid lo anunció como su
nuevo fichaje, las cifras eran descomunales. Nunca se había ofrecido tanto
dinero por un jugador peruano. Al cumplir 23 años, en 2025, Matías Panizo, el
niño que un día jugaba descalzo esquivando los huecos de la pista fue nominado
al Balón de Oro.
Cuando
Matías volvió al Perú para unirse a la selección fue al barrio de su infancia.
Donó computadoras para su antiguo colegio, organizó torneos en los que regalaba
mobiliario completo para los ganadores. Cuando fue a cenar a la cebichería El Toyo Tuyo tras una media hora de
algarabía en que todos le pedían que contara historias de su paso por el fútbol
europeo, Matías aprovechó un silencio y preguntó por don Pancho. Le había
escrito miles de cartas, pero no había recibido respuesta. Renuente a adquirir
tecnología, el anciano era imposible de ubicar a través del celular, y si
Matías sabía que estaba vivo era por referencias de terceros.
─Don
Panchito está grave ─dijo uno de los asistentes.
Para
ese momento casi nadie en el barrio recordaba a don Pancho, y los pocos que lo
conocían, sabían apenas que ese viejecillo gruñón era cercano a la familia
Panizo.
Enterado
que su viejo mentor estaba grave, Matías se puso de pie. Subió a su carro y
manejó rumbo al hospital de Bravo Chico, donde le habían dicho que estaba
internado el anciano. En el trayecto recordó la última conversación que había
tenido con el anciano, algunos años atrás. “Nunca lo olvidaré. Es usted un
tipazo”, le había dicho él.
─¿Tú
crees? ─Don Pancho lo miró con una ceja
levantada─. No creas, Matías, solo soy un viejo bueno para nada.
Se despidieron con don Pancho expresándole sus mejores
deseos en el Viejo Continente. Se dieron un abrazo. En adelante el anciano no
contestó a alas cartas que le envió. Su madre le dijo a Matías que, tan bueno
el viejecito, no había querido recibir el dinero que le enviaba desde España,
pero que lo iba a guardar por si lo necesitaba algún día.
Seguido
por una comitiva de curiosos, enfermeros fanáticos del fútbol y periodistas,
Matías llegó hasta la cama del enfermo. Lo vio demacrado, más muerto que vivo.
El anciano balbuceó algo ininteligible, levantó una mano huesuda y, según su
costumbre enredó los dedos entre los ensortijados cabellos del joven astro del
fútbol.
─Es usted un tipazo ─dijo Matías profundamente
conmovido ante los periodistas que tomaban nota del encuentro.
Por
las resecas mejillas del anciano corrían gruesas lágrimas. Balbuceó algunas
palabras más y pareció sonreír. Aunque ni Matías ni ninguno de los asistentes
le entendieron todos le devolvieron sonrisas afectuosas. Les sacaron
fotografías, y junto a la cama del enfermo entrevistaron al habilidoso
futbolista, quien contó las hazañas pasadas del ancianito, la cercanía que
habían tenido y la figura paterna que había sido para él.
Una
semana después, horas antes del partido que definió la clasificación del Perú
al Mundial, Matías se enteró de la muerte del anciano. En señal de solidaridad
con su pérdida, todos los miembros del seleccionado llevaron bandas de color
negro en el brazo izquierdo. Al anotar el primer gol del partido, un emocionado
Matías Panizo dejó ver que bajo la camiseta nacional llevaba un polo con una
foto suya en el hospital junto a don Pancho. Encima de la foto se leía en
mayúscula:
GRACIAS
Lo
que Matías nunca supo que el día que lo vio en el hospital, en medio de sus
balbuceos, don Pancho había querido pedirle que lo perdonara, porque todos esos
años lo había odiado con toda su alma por haber tenido el talento que él,
creyéndose mejor futbolista, nunca logró tener.
─Maldito muchacho ─balbuceó el moribundo mientras los
ojos se le llenaban de lágrimas─, tú tuviste la vida que yo debí haber tenido.
A la
mañana siguiente los periódicos colocaron la imagen de Matías mostrando la
fotografía en el pecho. Durante semanas se habló de la clasificación lograda
por la selección, del buen juego del equipo, y del milagro del ancianito al que
todos daban en llamar “Don Pancho, un tipazo”.