domingo, 9 de septiembre de 2018

Conversación con Carla


Durante la conferencia de Alfredo Bryce, ella lo había mirado sonriendo. Lo había mirado a los ojos y lo había hecho más de una vez. En medio de esa multitud de cabezas sin rostro, Carla y su hermoso cabello rojo sobresalían como una rosa en un fondo oscuro e informe. De cuando en cuando ella volteaba, y él, algo confuso, sentía el calor de su mirada. Cuando Bryce dijo que en un correo electrónico nunca se vería una lágrima, ella volvió a mirarlo de soslayo. Esta vez, se echó el cabello hacia atrás con una mano, al hacerlo sonreía. La rosa parecía bailar para él.

—La felicidad, ja ja—, se dijo Pablo para sus adentros.

Unos instantes después Pablo pensó que una vez más exageraba, claro que exageras, Pablo, y una vez más fue ese niño que en la escuela sentía cómo las miradas quemaban en su rostro. Cuando volvió a concentrarse Bryce hablaba de un Tarzán femenino, un Tarzán con una energía que solo las mujeres y el rey de los simios tienen, porque sí, caramba, porque así era Bryce para Pablo, un hombre ocurrente que con sutileza y picardía hablaba de mujeres, de los vericuetos de la vida, de Tarzán, de la literatura y de sus innumerables borracheras con una tranquilidad increíble, mientras él hacía el ridículo pensando en una chica que apenas lo saludaba.

En un instante Bryce hizo otro comentario gracioso y él, mientras reía, sintió una mirada clavada en la suya, era Carla. Ahora no había lugar a dudas, ella lo miraba. Con una rápida mirada observó en torno a sí mismo. A su alrededor solo había desconocidos. Pablo volvió a alegrarse, debía tener que ver con la clase de semiótica, se habían sentado juntos y ella le había conversado sobre algo.

—Eres guapo, Pablo —le había dicho su amigo Claudio alguna vez mientras bebían unas cervezas—. Déjate de vainas, solo te falta decisión para tener una chica como ella. Ya quisiera que me dieran la entrada que te dan.

Mientras fingía concentrarse en las palabras de Bryce, Pablo pensó en devolverle la sonrisa a Carla. La saludaría tranquilamente, tenía razón Claudio, agitaría la mano la próxima vez que ella le sonriera con las ocurrencias del novelista, claro, Claudio. No, cómo vas a decir eso, Claudio. La próxima vez, Claudio, la invitaría a tomar un café.

Pasaban lentamente los minutos y Pablo notó que en vano esperaba los chistes, la conferencia estaba terminando y las ocurrencias parecían habérsele agotado al bueno de Bryce. y con ello habían cesado las oportunidades para que Carla volteara.

—Viejo de mierda, haz una puta broma— refunfuñó Pablo para sus adentros. Bryce parecía haberse confabulado contra él.

Mirando la hora en su celular, Pablo notó que los minutos se escapaban a toda velocidad y empezó a tener la horrible sensación del sudor corriéndole por las sienes y la frente. No sin algo de odio miró hacia la mesa de ponentes. Ahora hablaban de la política del país, ese no era un tema para reírse. Repentinamente Bryce dijo que él no entraría a la política porque uno de sus antepasados había sido el peor presidente del Perú y que si algún día pensara en lanzarse al ruedo político iba a acabar lanzado, pero por la ventana.

Apenas hubo pronunciado la frase, la gente estalló en risas. Pablo soltó los brazos, que llevaba cruzados a la altura del pecho y buscó la mirada de Carla, para saludarla según lo planeado, agitando la mano. Grande fue molestia, cuando en lugar de Carla, vio a una mujer voluminosa que se había parado junto a él y reía aplaudiendo con los robustos brazos en alto. Pablo se puso en puntas de pie en un intento absurdo por esquivar la enorme muralla de carne fláccida que se oponía entre él y su pelirroja amiga. Mientras aplaudía, la mujer, no contenta con obstaculizar su mirada, empezó a empujarlo aprovechando todo el peso de su enorme humanidad. Pablo quiso oponer resistencia, pero nada pudo hacer contra su adversaria que avanzó fácilmente obligándolo a retroceder.

—Permiso, señora— protestó a regañadientes.

Acababa de hablar, cuando la mujer que en ese momento era menor que él mismo, volteando lo pisó con uno de sus pies enormes que él imaginó como tamales norteños. Al hacerlo apoyó todo su descomunal peso en el pie de Pablo, propinándole un pisotón tan doloroso que le arrancó por igual lágrimas y lisuras y lo obligó a salir de la sala de conferencias para quitarse el zapato y masajearse el pie.

—Un mundo contra Pablius— se dijo lamentando su desventura.

Los minutos que faltaban para el final de la conferencia los pasó afuera del recinto, sentado en las gradas de la entrada. Cuando al fin se puso en pie, apenas podía caminar. Pensó que aquella chica le debía de haber fracturado un par de dedos del pie. Lentamente se introdujo en los baños para caballeros. No podía permitir que Carla lo viera en ese estado, todo sudado y con el pie fracturado por el peso de la aplanadora humana.

Estuvo un rato lamentándose por Carla y por no haber escuchado a uno de sus autores favoritos, cuando sintió el ruido de numerosas pisadas. Muy pronto el baño estuvo repleto de gente que hablaba de lo buena que había estado la conferencia, de las ocurrencias de Bryce, sobre todo al final, donde estuvo magnífico e hilarante, y de que era una lástima que volviera tan pronto a Francia.

Cuando el baño se fue quedando vacío, entró Bryce caminando. Parado donde estaba, Pablo instintivamente le tendió la mano.

—Buena conferencia, don Alfredo— dijo Pablo.

Bryce le agradeció brevemente, le devolvió el saludó con esa voz que tantas veces él había oído, y se excusó señalando los urinarios. Pablo pensó esperarlo para decirle lo buenas que eran sus novelas, cómo se había divertido leyéndolas, cómo había sido amigo de Julius o cómo había sufrido noches de insomnio interminables en las que ninguna jeune fille lo acompañaba. Desistió de la idea, creyó que el escritor pensaría que era un desviado sexual que esperaba por alguna otra cosa y optó por retirarse del baño.

Cuando salió, vio un nutrido grupo de muchachos y muchachas que esperaba a Bryce. Carla, saliendo de entre ellos, se separó de la muchedumbre y vino caminando muy apuradita hacia donde él estaba. Mientras caminaba el viento jugaba con su cabello haciéndola verse aún más bella. Al llegar lo saludó con un tierno beso en la mejilla.

—Hola Pablito —dijo ella— ¿Viste a Bryce ahí adentro?

Carla sonreía nuevamente con esa hermosa expresión en su rostro y lo llamaba por su nombre en diminutivo. Sí, Carla le decía Pablito y le daba un beso. Pablo, feliz como estaba y sin saber qué decir, quiso entrar al baño y darle un beso a Bryce por brindarle esa ayuda, volteó hacia el baño.

—¿Lo viste?— Volvió a preguntar Carla haciéndolo reaccionar.
—Sí, está allí meando con el pantalón en las rodillas —dijo Pablo.

Cuando Carla se fue a reunir con los otros muchachos, iba contrariada. Pensó que quizá sus amigas tenían razón cuando se lo describieron. ¿Qué había visto ella en ese tipo tan torpe y vulgar?

Volteó una vez más para ver a Pablo. Parado junto a la puerta del baño, el infeliz le sonreía y agitaba la mano como una miss universo.


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1 comentario:

  1. Por lo menos no le dijo, allí, achicando el tío... pudo quear aún peor...

    Excelente el cuento viejo.

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