Durante la conferencia de Alfredo Bryce,
ella lo había mirado sonriendo. Lo había mirado a los ojos y lo había hecho más
de una vez. En medio de esa multitud de cabezas sin rostro, Carla y su hermoso
cabello rojo sobresalían como una rosa en un fondo oscuro e informe. De cuando
en cuando ella volteaba, y él, algo confuso, sentía el calor de su mirada. Cuando
Bryce dijo que en un correo electrónico nunca se vería una lágrima, ella volvió
a mirarlo de soslayo. Esta vez, se echó el cabello hacia atrás con una mano, al
hacerlo sonreía. La rosa parecía bailar para él.
Unos instantes después Pablo pensó que una vez más exageraba, claro que exageras, Pablo, y una vez más fue ese niño que en la escuela sentía cómo las miradas quemaban en su rostro. Cuando volvió a concentrarse Bryce hablaba de un
Tarzán femenino, un Tarzán con una energía que solo las mujeres y el rey de los
simios tienen, porque sí, caramba, porque así era Bryce para Pablo, un hombre
ocurrente que con sutileza y picardía hablaba de mujeres, de los vericuetos de la vida, de Tarzán, de
la literatura y de sus innumerables borracheras con una tranquilidad
increíble, mientras él hacía el ridículo pensando en una chica que apenas
lo saludaba.
En un instante Bryce hizo otro comentario
gracioso y él, mientras reía, sintió una mirada clavada en la suya, era Carla.
Ahora no había lugar a dudas, ella lo miraba. Con una rápida mirada observó en torno a sí mismo. A su alrededor solo había
desconocidos. Pablo volvió a alegrarse, debía tener que ver con la clase de
semiótica, se habían sentado juntos y ella le había conversado sobre algo.
—Eres guapo, Pablo —le había dicho su
amigo Claudio alguna vez mientras bebían unas cervezas—. Déjate de vainas, solo
te falta decisión para tener una chica como ella. Ya quisiera que me dieran la entrada
que te dan.
Mientras fingía concentrarse en las
palabras de Bryce, Pablo pensó en devolverle la sonrisa a Carla. La saludaría
tranquilamente, tenía razón Claudio, agitaría la mano la próxima vez que ella
le sonriera con las ocurrencias del novelista, claro, Claudio. No, cómo vas a decir eso, Claudio. La próxima vez, Claudio, la invitaría a tomar un café.
Pasaban lentamente los minutos y Pablo
notó que en vano esperaba los chistes, la conferencia estaba terminando y las
ocurrencias parecían habérsele agotado al bueno de Bryce. y con ello habían
cesado las oportunidades para que Carla volteara.
Mirando la hora en su celular, Pablo notó
que los minutos se escapaban a toda velocidad y empezó a tener la horrible
sensación del sudor corriéndole por las sienes y la frente. No sin algo de odio
miró hacia la mesa de ponentes. Ahora hablaban de la política del país, ese no
era un tema para reírse. Repentinamente Bryce dijo que él no entraría a la
política porque uno de sus antepasados había sido el peor presidente del Perú y
que si algún día pensara en lanzarse al ruedo político iba a acabar lanzado,
pero por la ventana.
Apenas hubo pronunciado la frase, la gente
estalló en risas. Pablo soltó los brazos, que llevaba cruzados a la altura del
pecho y buscó la mirada de Carla, para saludarla según lo planeado, agitando la
mano. Grande fue molestia, cuando en lugar de Carla, vio a una mujer voluminosa
que se había parado junto a él y reía aplaudiendo con los robustos brazos en
alto. Pablo se puso en puntas de pie en un intento absurdo por esquivar la enorme muralla
de carne fláccida que se oponía entre él y su pelirroja amiga. Mientras aplaudía, la mujer,
no contenta con obstaculizar su mirada, empezó a empujarlo aprovechando todo el
peso de su enorme humanidad. Pablo quiso oponer resistencia, pero nada pudo
hacer contra su adversaria que avanzó fácilmente obligándolo a retroceder.
—Permiso, señora— protestó a
regañadientes.
Acababa de hablar, cuando la mujer que en
ese momento era menor que él mismo, volteando lo pisó con uno de sus pies enormes
que él imaginó como tamales norteños. Al hacerlo apoyó todo su descomunal peso
en el pie de Pablo, propinándole un pisotón tan doloroso que le
arrancó por igual lágrimas y lisuras y lo obligó a salir de la sala de
conferencias para quitarse el zapato y masajearse el pie.
—Un mundo contra Pablius— se dijo lamentando su desventura.
Los minutos que faltaban para el final de la conferencia
los pasó afuera del recinto, sentado en las gradas de la entrada. Cuando al fin
se puso en pie, apenas podía caminar. Pensó que aquella chica le debía de haber
fracturado un par de dedos del pie. Lentamente se introdujo en los baños para
caballeros. No podía permitir que Carla lo viera en ese estado, todo sudado y
con el pie fracturado por el peso de la aplanadora humana.
Estuvo un rato lamentándose por Carla y
por no haber escuchado a uno de sus autores favoritos, cuando sintió el ruido
de numerosas pisadas. Muy pronto el baño estuvo repleto de gente que hablaba de
lo buena que había estado la conferencia, de las ocurrencias de Bryce, sobre
todo al final, donde estuvo magnífico e hilarante, y de que era una lástima que
volviera tan pronto a Francia.
Cuando el baño se fue quedando vacío,
entró Bryce caminando. Parado donde estaba, Pablo instintivamente le tendió la
mano.
—Buena conferencia, don Alfredo— dijo
Pablo.
Bryce le agradeció brevemente, le devolvió
el saludó con esa voz que tantas veces él había oído, y se excusó señalando los
urinarios. Pablo pensó esperarlo para decirle lo buenas que eran sus novelas,
cómo se había divertido leyéndolas, cómo había sido amigo de Julius o cómo
había sufrido noches de insomnio interminables en las que ninguna jeune fille lo acompañaba. Desistió de la idea,
creyó que el escritor pensaría que era un desviado sexual que esperaba por
alguna otra cosa y optó por retirarse del baño.
Cuando salió, vio un nutrido grupo de
muchachos y muchachas que esperaba a Bryce. Carla, saliendo de entre ellos, se
separó de la muchedumbre y vino caminando muy apuradita hacia donde él estaba.
Mientras caminaba el viento jugaba con su cabello haciéndola verse aún más
bella. Al llegar lo saludó con un tierno beso en la mejilla.
—Hola Pablito —dijo ella— ¿Viste a Bryce
ahí adentro?
Carla sonreía nuevamente con esa hermosa
expresión en su rostro y lo llamaba por su nombre en diminutivo. Sí, Carla le
decía Pablito y le daba un beso. Pablo, feliz como estaba y sin saber qué
decir, quiso entrar al baño y darle un beso a Bryce por brindarle esa ayuda,
volteó hacia el baño.
—¿Lo viste?— Volvió a preguntar Carla
haciéndolo reaccionar.
—Sí, está allí meando con el pantalón en
las rodillas —dijo Pablo.
Cuando Carla se fue a reunir con los otros
muchachos, iba contrariada. Pensó que quizá sus amigas tenían razón cuando se
lo describieron. ¿Qué había visto ella en ese tipo tan torpe y vulgar?
Volteó una vez más para ver a Pablo. Parado junto a la puerta del baño, el infeliz le sonreía
y agitaba la mano como una miss universo.
Por lo menos no le dijo, allí, achicando el tío... pudo quear aún peor...
ResponderEliminarExcelente el cuento viejo.