viernes, 24 de diciembre de 2021

Don Pancho, la frustración de un tipazo (cuento)


Don Pancho lo sabía todo sobre fútbol. Para el día en que conoció a Matías era una leyenda. Había leído cuanta publicación había llegado a sus manos, conocía de estrategias, campeonatos, jugadores, reglas y anécdotas deportivas como nadie en el barrio. Los mayores contaban que cuando había sido joven lo había llegado a conocer el gran Tito Drago en los menores del Municipal, y que el sabio jugador había comentado que ese chiquillo narigudo y de piernas arqueadas sería, qué duda cabía, el más grande futbolista del Perú.

Había sido a fines de los años sesenta, cuando don Pancho no era sino Panchito, un muchachito que jugaba en los terrales de Chorrillos, al que su padre llevaba a la cancha de los muertos a jugar con niños mayores que él. Panchito, creativo, hacía piruetas que deleitaban a los más viejos, y fascinaban a don Tito, quien lo apadrinó en el Deportivo Municipal.

─Tú serás mi heredero ─decían que le había dicho el patriarca de los Drago, y como para demostrar su absoluta confianza en el pequeño, agregaba hablando a voz en cuello para dirigirse a los jugadores del equipo titular─. Este niño está para jugar en el primer equipo, él un día será un maestro de la talla de Garrincha o Pelé.

Aunque habían pasado muchos años, el amor por el fútbol en don Pancho seguía vivo con pasión, y era así, que cuando contaba alguna de las infinitas anécdotas futbolísticas que conocía, todos los chiquillos del callejón, y aún los adultos, que por el mismo bardo habían escuchado esas historias anteriormente, revoloteaban a su alrededor entusiasmados, empujándose a codazos para ganar el mejor sitio y escucharlo con atención. Ante su absorto público, don Pancho pintaba paisajes, esculpía jugadas y recreaba situaciones con tal destreza que ante sus narraciones todo su público terminaba con la sensación de haber sido testigo de un hecho prodigioso.

Las cosas cambiaron cuando le trajeron un pequeño para presentárselo.

─Don Pancho ─dijo su compadre Jonás─, le ha nacido un sucesor en el barrio.

Don Pancho lo miró con ojos escrutadores. Estimó que el muchachito no tendría más de siete años. La misma edad que había tenido él la primera vez que lo vio haciendo piruetas el gran Tito Drago.

─¿Y tú, chibolito? ─inquirió enredando sus dedos entre los ensortijados cabellos del pequeño─, ¿qué sabes hacer?

No era la primera vez, y sabía que no era la última vez que le traían a alguna futura promesa del fútbol peruano. Había visto muchos, algunos de los cuales habían llegado a destacar, pero ninguno en verdad lo había deslumbrado.

Acaba de hablar don Pancho, cuando el niño empezó a hacer piruetas con la pelota como si hubiera sido poseído por el espíritu de Ronaldinho, Neymar, Messi y Cristiano Ronaldo. El viejo futbolista pareció no sorprenderse. El compadre Jonás sabía que esos malabares no lo sorprenderían, conocía de sobra al viejo crack, y sabía que al ver a los jóvenes que realizaban esos artilugios replicaba con un categórico: “eso mismo hacen los vagos que piden limosna junto al semáforo”.

─Por qué no me pateas la pelota, sobrino, yo tapo ─dijo don Jonás.

Ante la mirada serena de don Pancho el niño pisó la pelota y lanzó varios disparos con igual derroche de precisión y fuerza.

─Uy, curuju ─dijo don Pancho con una mano sobre la gorrita─, aquí hay futuro. ¿Cómo te llamas, sobrino?

            ─Matías ─respondió el niño.

            Eso era todo, se había descubierto un nuevo talento en el barrio de Bajo el Puente.

***

El tiempo, tan lento para los jóvenes, pasa en un abrir y cerrar de ojos para los ancianos. Fue así como una larga carrera de diez años siendo codiciado por distintos clubes peruanos habían sido para Matías Panizo una eternidad, pero habían transcurrido en un instante para don Pancho. Cuando se anunció que un club español estaba interesado en comprar al juvenil volante peruano la prensa enloqueció.

            Entonces en el barrio habían pintado un mural con el rostro de Matías, y una legión de niños bautizados como Matías empezaba a dar sus primeros toques al balón. Doña Chevita, la abuela del muchacho se había mudado a la casa que aquel le regaló en Surco, pero volvían cada vez que podían, y lo hicieron mientras el joven defendió los colores del Sevilla, siendo considerado el jugador revelación de la temporada 2023. No cambió mucho el panorama cuando el Real Madrid lo anunció como su nuevo fichaje, las cifras eran descomunales. Nunca se había ofrecido tanto dinero por un jugador peruano. Al cumplir 23 años, en 2025, Matías Panizo, el niño que un día jugaba descalzo esquivando los huecos de la pista fue nominado al Balón de Oro.

            Cuando Matías volvió al Perú para unirse a la selección fue al barrio de su infancia. Donó computadoras para su antiguo colegio, organizó torneos en los que regalaba mobiliario completo para los ganadores. Cuando fue a cenar a la cebichería El Toyo Tuyo tras una media hora de algarabía en que todos le pedían que contara historias de su paso por el fútbol europeo, Matías aprovechó un silencio y preguntó por don Pancho. Le había escrito miles de cartas, pero no había recibido respuesta. Renuente a adquirir tecnología, el anciano era imposible de ubicar a través del celular, y si Matías sabía que estaba vivo era por referencias de terceros.

            ─Don Panchito está grave ─dijo uno de los asistentes.

            Para ese momento casi nadie en el barrio recordaba a don Pancho, y los pocos que lo conocían, sabían apenas que ese viejecillo gruñón era cercano a la familia Panizo.

            Enterado que su viejo mentor estaba grave, Matías se puso de pie. Subió a su carro y manejó rumbo al hospital de Bravo Chico, donde le habían dicho que estaba internado el anciano. En el trayecto recordó la última conversación que había tenido con el anciano, algunos años atrás. “Nunca lo olvidaré. Es usted un tipazo”, le había dicho él.

            ─¿Tú crees?  ─Don Pancho lo miró con una ceja levantada─. No creas, Matías, solo soy un viejo bueno para nada.

Se despidieron con don Pancho expresándole sus mejores deseos en el Viejo Continente. Se dieron un abrazo. En adelante el anciano no contestó a alas cartas que le envió. Su madre le dijo a Matías que, tan bueno el viejecito, no había querido recibir el dinero que le enviaba desde España, pero que lo iba a guardar por si lo necesitaba algún día.

            Seguido por una comitiva de curiosos, enfermeros fanáticos del fútbol y periodistas, Matías llegó hasta la cama del enfermo. Lo vio demacrado, más muerto que vivo. El anciano balbuceó algo ininteligible, levantó una mano huesuda y, según su costumbre enredó los dedos entre los ensortijados cabellos del joven astro del fútbol.

             ─Es usted un tipazo ─dijo Matías profundamente conmovido ante los periodistas que tomaban nota del encuentro.

            Por las resecas mejillas del anciano corrían gruesas lágrimas. Balbuceó algunas palabras más y pareció sonreír. Aunque ni Matías ni ninguno de los asistentes le entendieron todos le devolvieron sonrisas afectuosas. Les sacaron fotografías, y junto a la cama del enfermo entrevistaron al habilidoso futbolista, quien contó las hazañas pasadas del ancianito, la cercanía que habían tenido y la figura paterna que había sido para él.

            Una semana después, horas antes del partido que definió la clasificación del Perú al Mundial, Matías se enteró de la muerte del anciano. En señal de solidaridad con su pérdida, todos los miembros del seleccionado llevaron bandas de color negro en el brazo izquierdo. Al anotar el primer gol del partido, un emocionado Matías Panizo dejó ver que bajo la camiseta nacional llevaba un polo con una foto suya en el hospital junto a don Pancho. Encima de la foto se leía en mayúscula:

GRACIAS

            Lo que Matías nunca supo que el día que lo vio en el hospital, en medio de sus balbuceos, don Pancho había querido pedirle que lo perdonara, porque todos esos años lo había odiado con toda su alma por haber tenido el talento que él, creyéndose mejor futbolista, nunca logró tener.

─Maldito muchacho ─balbuceó el moribundo mientras los ojos se le llenaban de lágrimas─, tú tuviste la vida que yo debí haber tenido.

            A la mañana siguiente los periódicos colocaron la imagen de Matías mostrando la fotografía en el pecho. Durante semanas se habló de la clasificación lograda por la selección, del buen juego del equipo, y del milagro del ancianito al que todos daban en llamar “Don Pancho, un tipazo”.

domingo, 19 de diciembre de 2021

El reverendo Jim Jones, el suicidio masivo de Jonestown, Deicide, Accept, y dos himnos del metal

Cada cierto tiempo surge en algún lugar del mundo surge un fanático religioso dispuesto a hacerse con la sumisión, obediencia, vidas y dinero de sus seguidores (en verdad, como en las películas, casi siempre es en Estados Unidos que pasa)


. El 18 de noviembre de 1978 el más famoso de estos tipos, llamado Jim Jones, quien se internó en su espacio personal de la Guyana conocido como Jonestown, donde se mudó para escapar del control de las autoridades estadounidenses, y se llevó con él a los más profundo de la historia de las bestialidades humanas al eliminar a cerca de 900 seguidores de su iglesia del Templo del Pueblo (The People's Temple) a los que les decía que si bebían el vino (una mezcla de cianuro y alguna bebida que era un cóctel para salir del mundo). Lo curioso es que Jones no se bebió su pócima, no, nada de eso, él murió por herida de bala en la cabeza.



En fin, este caso ejemplificante de hasta dónde llegan el fanatismo, la sed de poder y por supuesto la estupidez humana cuando se juntan, sirvió de inspiración a por lo menos dos himnos de la música metal.

El primer tema dedicado a Jones es "Carnage in the temple of de Damned", de la gran banda estadounidense Deicide, de su primer álbum de 1990 llamado Deicide. En esta canción, que empieza con una introducción en la que se oye una voz alertando a la gente la llegada de unos supuesto mercenarios que con lanzallamas vendrían a matarlos, y los alienta diciendo que tomen el vino para dormir para siempre. En la letra, comenta con ironía Glenn Benton como parte de la letra que es un homenaje a Jones.






El otro gran tema que inspiró el cretinismo de Jones es de la banda alemana Accept. Accept, con su cantante estadounidense Mark Tornillo se ha constituido en una fábrica inacabable del mejor heavy metal. En su álbum The Raise of Chaos, de 2017, incluyeron entre los muchos buenos temas, una joya llamada "Koolaid" cuya letra cuenta la historia de un sobreviviente de The People´s Temple, quien narra la historia de cómo escapó en 1978 a la locura asesina de Jones.



Es probable que haya por allí otro tema dedicado al demente líder Jim Jones. Estos dos, sin embargo, son tremendas joyas, lo que nos demuestra que hasta el acto más vil nos puede inspirar unas buenas creaciones artísticas.

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Foto "cortesía" de la BBC, que muestra además un buen informe sobre el tema: https://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/11/151117_jonestown_guyana_suicidio_colectivo_testimonio_amv

jueves, 20 de febrero de 2020

Espíritu del metal 40 años del metal peruano en el Ministerio de Cultura

A fines de los años ochenta, cuando iba en uniforme escolar a la Av. La Colmena a comprar casetes y conversar con Fernando Mortis habría sido una locura pensar que eso de los que hablábamos ocuparía una sala en el Ministerio de Cultura (Mincul), y ahora lo hace gracias a la muestra Espíritu del Metal. 40 años del metal peruano 


La muestra, que desde aquí con toda la modestia del mundo queremos felicitar, constituye un verdadero hito para la revaloración de un movimiento que trascendió la esfera musical (aunque tuvo su origen y su centro en torno a la música). Presenta información básica y suficiente sobre las bandas y periodos, en una línea de tiempo que nos trae muchos momentos a la memoria. Conversando con mi buen amigo Miguel Det y sobre la base de lo que vimos con nuestros grupo de amigos, es indudable que un algo que flotaba que hermanaba a esa generación de jóvenes que crecían en una sociedad violenta, de apagones, cochebombas, de miradas despectivas, cuando no temerosas de gente que no entendía por qué ese "modo de andar" de unos chicos de cabellos largos, ropas negras, pantalones raídos.

Y decimos que el metal, aunque tuvo su origen y su centro en la música, entre nosotros siempre trascendió esa esfera más allá de que allí donde había dos o tres tipos reunidos la intención era formar una banda autogestionada. El metalero, el banger era un contestatario, un inconforme en flirteos, algunas veces con el anarquismo o su versión más ebria, el "alpinchismo", en el que resaltaba esto que llamo la forma de andar para tratar de englobar no solo una forma de caminar, sino una actitud ante la sociedad, ante "el sistema", una predilección por el alcohol, desprecio por la banalidad, y sobre todo un fuerte espíritu gregario receloso que hacían que cuando te acercabas a alguien venía siempre la pregunta de a quiénes en la escena conocías. 

A inicios de los años noventa con un grupo de adolescentes melenudos caminábamos por las calles del Callao, Pocho Arequipa, Chapalote, Julio Julcamoro, César Clip Rojas, Edwin Chate y otros amigos, en ocasiones la Bruja Lincolln, no nos reuníamos necesariamente en torno a música, no competíamos por ver quién sabía más sobre las bandas, nos unía el espíritu de grupo, ese modo de andar, nos unía el trago que bebíamos en cantidades industriales. 

La muestra termina mañana 21 de febrero. Si pueden dense un salto antes de que se acabe. vale la pena.


domingo, 9 de septiembre de 2018

Conversación con Carla


Durante la conferencia de Alfredo Bryce, ella lo había mirado sonriendo. Lo había mirado a los ojos y lo había hecho más de una vez. En medio de esa multitud de cabezas sin rostro, Carla y su hermoso cabello rojo sobresalían como una rosa en un fondo oscuro e informe. De cuando en cuando ella volteaba, y él, algo confuso, sentía el calor de su mirada. Cuando Bryce dijo que en un correo electrónico nunca se vería una lágrima, ella volvió a mirarlo de soslayo. Esta vez, se echó el cabello hacia atrás con una mano, al hacerlo sonreía. La rosa parecía bailar para él.

—La felicidad, ja ja—, se dijo Pablo para sus adentros.

Unos instantes después Pablo pensó que una vez más exageraba, claro que exageras, Pablo, y una vez más fue ese niño que en la escuela sentía cómo las miradas quemaban en su rostro. Cuando volvió a concentrarse Bryce hablaba de un Tarzán femenino, un Tarzán con una energía que solo las mujeres y el rey de los simios tienen, porque sí, caramba, porque así era Bryce para Pablo, un hombre ocurrente que con sutileza y picardía hablaba de mujeres, de los vericuetos de la vida, de Tarzán, de la literatura y de sus innumerables borracheras con una tranquilidad increíble, mientras él hacía el ridículo pensando en una chica que apenas lo saludaba.

En un instante Bryce hizo otro comentario gracioso y él, mientras reía, sintió una mirada clavada en la suya, era Carla. Ahora no había lugar a dudas, ella lo miraba. Con una rápida mirada observó en torno a sí mismo. A su alrededor solo había desconocidos. Pablo volvió a alegrarse, debía tener que ver con la clase de semiótica, se habían sentado juntos y ella le había conversado sobre algo.

—Eres guapo, Pablo —le había dicho su amigo Claudio alguna vez mientras bebían unas cervezas—. Déjate de vainas, solo te falta decisión para tener una chica como ella. Ya quisiera que me dieran la entrada que te dan.

Mientras fingía concentrarse en las palabras de Bryce, Pablo pensó en devolverle la sonrisa a Carla. La saludaría tranquilamente, tenía razón Claudio, agitaría la mano la próxima vez que ella le sonriera con las ocurrencias del novelista, claro, Claudio. No, cómo vas a decir eso, Claudio. La próxima vez, Claudio, la invitaría a tomar un café.

Pasaban lentamente los minutos y Pablo notó que en vano esperaba los chistes, la conferencia estaba terminando y las ocurrencias parecían habérsele agotado al bueno de Bryce. y con ello habían cesado las oportunidades para que Carla volteara.

—Viejo de mierda, haz una puta broma— refunfuñó Pablo para sus adentros. Bryce parecía haberse confabulado contra él.

Mirando la hora en su celular, Pablo notó que los minutos se escapaban a toda velocidad y empezó a tener la horrible sensación del sudor corriéndole por las sienes y la frente. No sin algo de odio miró hacia la mesa de ponentes. Ahora hablaban de la política del país, ese no era un tema para reírse. Repentinamente Bryce dijo que él no entraría a la política porque uno de sus antepasados había sido el peor presidente del Perú y que si algún día pensara en lanzarse al ruedo político iba a acabar lanzado, pero por la ventana.

Apenas hubo pronunciado la frase, la gente estalló en risas. Pablo soltó los brazos, que llevaba cruzados a la altura del pecho y buscó la mirada de Carla, para saludarla según lo planeado, agitando la mano. Grande fue molestia, cuando en lugar de Carla, vio a una mujer voluminosa que se había parado junto a él y reía aplaudiendo con los robustos brazos en alto. Pablo se puso en puntas de pie en un intento absurdo por esquivar la enorme muralla de carne fláccida que se oponía entre él y su pelirroja amiga. Mientras aplaudía, la mujer, no contenta con obstaculizar su mirada, empezó a empujarlo aprovechando todo el peso de su enorme humanidad. Pablo quiso oponer resistencia, pero nada pudo hacer contra su adversaria que avanzó fácilmente obligándolo a retroceder.

—Permiso, señora— protestó a regañadientes.

Acababa de hablar, cuando la mujer que en ese momento era menor que él mismo, volteando lo pisó con uno de sus pies enormes que él imaginó como tamales norteños. Al hacerlo apoyó todo su descomunal peso en el pie de Pablo, propinándole un pisotón tan doloroso que le arrancó por igual lágrimas y lisuras y lo obligó a salir de la sala de conferencias para quitarse el zapato y masajearse el pie.

—Un mundo contra Pablius— se dijo lamentando su desventura.

Los minutos que faltaban para el final de la conferencia los pasó afuera del recinto, sentado en las gradas de la entrada. Cuando al fin se puso en pie, apenas podía caminar. Pensó que aquella chica le debía de haber fracturado un par de dedos del pie. Lentamente se introdujo en los baños para caballeros. No podía permitir que Carla lo viera en ese estado, todo sudado y con el pie fracturado por el peso de la aplanadora humana.

Estuvo un rato lamentándose por Carla y por no haber escuchado a uno de sus autores favoritos, cuando sintió el ruido de numerosas pisadas. Muy pronto el baño estuvo repleto de gente que hablaba de lo buena que había estado la conferencia, de las ocurrencias de Bryce, sobre todo al final, donde estuvo magnífico e hilarante, y de que era una lástima que volviera tan pronto a Francia.

Cuando el baño se fue quedando vacío, entró Bryce caminando. Parado donde estaba, Pablo instintivamente le tendió la mano.

—Buena conferencia, don Alfredo— dijo Pablo.

Bryce le agradeció brevemente, le devolvió el saludó con esa voz que tantas veces él había oído, y se excusó señalando los urinarios. Pablo pensó esperarlo para decirle lo buenas que eran sus novelas, cómo se había divertido leyéndolas, cómo había sido amigo de Julius o cómo había sufrido noches de insomnio interminables en las que ninguna jeune fille lo acompañaba. Desistió de la idea, creyó que el escritor pensaría que era un desviado sexual que esperaba por alguna otra cosa y optó por retirarse del baño.

Cuando salió, vio un nutrido grupo de muchachos y muchachas que esperaba a Bryce. Carla, saliendo de entre ellos, se separó de la muchedumbre y vino caminando muy apuradita hacia donde él estaba. Mientras caminaba el viento jugaba con su cabello haciéndola verse aún más bella. Al llegar lo saludó con un tierno beso en la mejilla.

—Hola Pablito —dijo ella— ¿Viste a Bryce ahí adentro?

Carla sonreía nuevamente con esa hermosa expresión en su rostro y lo llamaba por su nombre en diminutivo. Sí, Carla le decía Pablito y le daba un beso. Pablo, feliz como estaba y sin saber qué decir, quiso entrar al baño y darle un beso a Bryce por brindarle esa ayuda, volteó hacia el baño.

—¿Lo viste?— Volvió a preguntar Carla haciéndolo reaccionar.
—Sí, está allí meando con el pantalón en las rodillas —dijo Pablo.

Cuando Carla se fue a reunir con los otros muchachos, iba contrariada. Pensó que quizá sus amigas tenían razón cuando se lo describieron. ¿Qué había visto ella en ese tipo tan torpe y vulgar?

Volteó una vez más para ver a Pablo. Parado junto a la puerta del baño, el infeliz le sonreía y agitaba la mano como una miss universo.


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viernes, 15 de julio de 2016

Keiko sí va - crónica de odio

Decía mi amigo el matador que hay gente a la que de pequeños no los dejaron tener mascota, y cuando tienen hijos les ponen a esos infelices los nombres que hubieran querido ponerles a sus mascotas jamás habidas. Legiones de estos casos llenan los registros civiles peruanos del Reniec (vea en el enlace los casos de Gokú, Chuck Norris y otros haciendo clic aquí).  Nuestra historia es una de aquellas

Cuando Eulogio y Martina López vieron a la bebé rolliza, achinadita y sonriente que les traía la enfermera no lo pensaron demasiado, su nombre sería Keiko. Corría entonces el año de 1994, y sus padres declarados fujimoristas, creyeron que ese nombre quizá le depararía un buen futuro a su hija, a imitación de la hija del entonces Presidente de la República, una joven de generosas carnes que acababa de asumir el rol de Primera Dama ante la salida de su —según dijo luego a los medios de comunicación— chamuscada y humeante madre.

Nada presagiaba entonces, que veintidós años después, estudiando educación en La Cantuta, Keiko López se sintiera incómoda cada vez que sus compañeros, seguidores del grupo NO a Keiko, activistas políticos del Fujimori nunca más, evitaran hablar de sus proyectos políticos delante de ella, que la vieran como una espía, o que acaso, en la más extraña de las compasiones, evitaran hablar de política para no ofender su militancia fujimorista.

Pero Keiko López no era fujimorista. De hecho, nadie odiaba más el nombre de Keiko que ella, no lo odiaba por fines políticos, no odiaba a su portadora original, lo odiaba porque le negaba su propia personalidad, porque sentía que al verla no veían sino a un remedo de la otra Keiko, la hacía invisible. Así fue como día a día, lacia, aún rolliza y achinadita, Keiko López detestaba cada día más ese nombre que la había acosado en la escuela, en la academia Aduni y que la acosaba ahora en el medio universitario.

Grande fue su desgracia cuando se torció el pie antes de la primera marcha del Keiko no va. Entonces sintió que se hizo más agudo el silencio, que la campaña la aislaba, la sumía en la soledad más absoluta. En vano compartía con demencia todos los mensajes de Keiko no va que se colgaban, las imágenes del Panfleto, los memes más osados, la ausencia de “likes” le decía que sus amigos la habían bloqueado, que acaso la ignoraban hasta en las redes sociales por su nombrecito. Desesperada, les dijo a sus padres entre llantos que le habían jodido la vida ¡jo-di-do la vi-da! Al ponerle ese nombre, que no era un nombre que era una chapa, una burla, el nombre de un gato o un hámster, pero no de una hija.

Mientras sollozaba, su padre le puso una mano en el hombro.

—No llores, hijita —le dijo el hombre conmovido— ¿Y si en vez de ir en contra, te unes a los seguidores de Keiko?, no odies a Keiko…

Keiko dejó de oír, solo escuchaba una multitud de voces en su mente, voces que hablaban de ella, que cuchicheaban y la acosaban una y otra vez. Quiso decirle a su padre que no odiaba a Keiko, que odiaba el no poder decir No a Keiko, que odiaba su nombre que la convertía en la nada, pero se quedó callada.

Esa tarde Keiko hizo una breve siesta. Soñó que una multitud de fujimoristas la cargaba en hombros. Martha Chávez levantaba la Constitución del 93 a su lado, Luisa María Cuculiza arengaba a desaparecer a alguien, el congresista Aguinaga le sonreía, la enfermera de Fujimori, aguja en mano, ofrecía inyectar una buena  dosis de viagra a cualquier adulto mayor, y todo era alegría. Todos vitoreaban la libertad del expresidente prisionero en la base naval.

Al despertar, aterrada, se cambió de ropa, salió a la calle y subió a un microbús. Bajó unas cuadras antes de su destino porque amedrentado por el tráfico, el chofer decidió cambiar de ruta. No le importaba, caminó a paso firme. Pronto oyó el ruido de voces y bombos, música alegre y bullanguera. Un aire de complicidad entró a sus pulmones, estaba en la Plaza San Martín. Se acercó a un grupo de chicas que cantaban contra las esterilizaciones forzadas mientras tocaban tambores, era la batucada. Allí, anónima y sin que nadie la reconociera Keiko empezó a cantar a viva voz el himno que siempre había querido cantar:

¡Keiko no va!, ¡Keiko no va!

Mientras cantaba, unas lágrimas de felicidad corrían por sus mejillas, en ese instante era libre.

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Foto de La República

martes, 25 de agosto de 2015

Tacu Tacu-receta

El tacu-tacu y la chicha de jora

Hace unos años trabajé para un cocinero que preparaba un tacu-tacu exquisito. Con mi amigo John quisimos aprender su secreto, pero el hombre no quería mostrarnos qué era. Cada vez que iba a preparar el potaje nos enviaba a traerle cosas con el fin de que no viéramos. Turnándonos pudimos reconstruir su receta y aquí, a sugerencia de mi buena amiga Madelein, la comparto:

Ingredientes

4 tazas de arroz cocido, del día anterior si fuese posible
½ kilo de frijoles canarios cocidos hasta estar suaves    
2 cucharadas de ajo molido
½ cebolla picada
1 taza de chicha de jora
1 taza de caldo de pollo
Culantro picado al gusto
Aceite de oliva al gusto
Aceite vegetal al gusto
Sal
6 cucharadas de ají amarillo sin picante

Preparación

Ya cocidos los frijoles, licuar la mitad y reservar. En una olla grande vierta un chorrito de aceite vegetal y cocine a fuego muy bajo la cebolla picada. Cuando la cebolla de torne transparente agréguele el ajo, y un instante después la pasta de ají amarillo. Desglase con la taza de chicha de jora, deje hervir por unos segundos para que se evapore el alcohol y agregue los frijoles, el caldo de pollo y el arroz. En este punto es importante que recuerde que debe mezclar continuamente hasta que todo se integre en una pasta homogénea y casi compacta, la cual, al pasar usted el cucharón, vea que no se junta, sino que queda, digámoslo así, como si Moisés hubiera separado las aguas del Mar Rojo. Antes de apagar el fuego agregue un poco de culantro picado para darle aroma a la preparación, mueva enérgicamente y listo.

Una vez que esté lista esta preparación comienza lo bueno, la parte artística. En una sartén antiadherente, de teflón, roca volcánica o lo que  usted guste, eche un chorrito de aceite de oliva, hágalo calentar y agregue por turnos porciones de la mezcla tacu-tacu. Hágala dorar por ambos lados para que haga su característica “costra” (de ser posible saltee la mezcla para que quede pareja) y listo, a servir.

Puede acompañar con huevo frito, plátano frito y una salsa criolla.  

lunes, 10 de agosto de 2015

Literatura - Cinco autores que te pueden cambiar la vida

Como todas las listas esta es muy particular, pero surge a raíz de una pregunta que me hizo mi buen amigo Juan José. ¿Qué autores crees que cambiaron tu forma de ver el mundo? Sin más, aquí van:

1 Antoine de Saint-Exupéry 

Famoso por esa diminuta obra maestra llamada El principito, el aviador francés Antoine de Saint –Exupéry es el pretexto inicial para meternos al mundo de la literatura y la ficción. Difícil imaginar que alguien lo lea y piense en no buscar algo más que leer para llenar su vida de una necesaria cuota de ficción.


2 Edgar Allan Poe

Si tuviera que hacer una lista de gente que luego de leer a Poe empezó a tratar de imaginar un mundo misterioso, me quedaría sin tiempo. Desde su traductor y seguidor Julio Cortázar pasando por una amplia cantidad de anónimos y famosos seguidores, definitivamente los lectores de Poe cambian su vida.


3 Albert Camus

Si De Saint-Exupéry nos había metido en el mundo de la ficción, con Camus nos damos cuenta del sinsentido de la vida. Que uno se meta por los pasillos de El extranjero, que lea El mito de Sísifo o que sufra lo avatares de la cuarentena en La peste nos cambia la vida definitivamente. ¿Por qué no hablo del absurdo de Sartre o de Eugenio Ionesco? Difícil que alguien que empieza con estos géneros soporte una sesión de Sartre.


4 Henry Miller

Una leída al Trópico de capricornio lo manda a uno a un universo más crudo, a un mundo en el que una monja puede ser la suma sacerdotisa de la masturbación, un mundo definitivamente diferente, sin eufemismos. ¿Cómo ver nuestro entorno igual luego de leer al genial Miller?


5 José María Arguedas

Desde nuestro propio país Arguedas nos acerca al mundo del mestizaje peruano de una manera que no nos habían dicho en la cara pelada. Al leer en sus páginas podemos ver de una manera diferente no solo a nuestro país, sino a nosotros mismos como un producto en construcción con muchas sangres. Definitivamente, si su mensaje cala en ti, te cambia la vida.


Nota necesaria

La lista subjetiva, tiene además otra razón de ser. Es una lista inicial, de autores que te pueden cambiar la vida, no de unos que lees cuando tu vida ya ha sido cambiada. Con toda justicia alguien puede preguntarse por qué no incluyo aquí a, por ejemplo, Lovecraft, Poe, Eugenio Ionesco, Nabokov o Bukowski. Simplemente porque me parece que alguien que empieza a acercarse a estos mundos lo haga a través de Poe y no de Lovecraft. De la misma manera La náusea o La cantante calva pueden ser obras un poco densas —prejuicio mío— para un lector no iniciado, a diferencia de El extranjero. Como digo es una lista mezquina porque deja a autores referenciales como Cervantes u Homero; a autores fundamentales en su género como Samuel Beckett, Ciro Alegría o Scorza; o a autores infantiles y actuales que introducen a muchos al mundo de la lectura, como Joan Rowling, a quien, aunque yo no la lea, es claro que millones leen.

Una pregunta queda suelta para la reflexión y conversación con la almohada. ¿Qué autores le cambiaron la vida a usted, amable lector?



lunes, 3 de agosto de 2015

Por qué no me tomo fotos de estudio - Enajenada crónica fotográfica

Huachano y descendiente directo de los constructores de Caral, este Viejocaminante tuvo la ocurrencia, impuesta por alguien a quien estima mucho, de acudir a un estudio fotográfico para una sesión de fotos “profesional”, No puedo seguir sin decir, ante todo, que presenté un reclamo disfrazado de pataleta, arguyendo que era más barato tomarse una foto y que, por supuesto, con las cámaras actuales puede uno tomarse un centenar de fotografías y escoger la que mejor le parezca para imprimirla o llevarla a imprimir a un lugar especializado por cincuenta céntimos. Mi interlocutora desestimó mi propuesta y dijo que no podía compararse la calidad del fotógrafo —lo que bien visto ponía en entredicho la calidad de mis artes con la camarita— y que, su mejor amiga hacía cada cierto tiempo una sesión de esas con resultados maravillosos.
Destruido mi ego fotográfico (ya era claro que no era Robert Whitaker o Herman Schwarz), fui a la sesión fotográfica. Nada del otro mundo, una chiquilla con una cámara mejor que la mía y seguramente con mejores conocimientos. Pasó la sesión, unas situaciones clisé y listo, a escoger las mejores fotos. Lo curioso vino al día siguiente, cuando hubo que recoger las fotos.
Allí, enfrente de mí, estaba un tipo fornido, sin lunares en la cara medio blancón y de ojos verdes que abrazaba a una chica que bien podría haber sido modelo de pasarela.
—¿Pero quién es ese tipo? —pregunté intrigado y a sabiendas de la respuesta.
—Es usted —respondió muy alegre la fotógrafa y editora—, le pusimos un poco de Photoshop, muy poquito para ocultar las líneas de expresión y perfilar un poco las cosas.
Era verdad, ese era yo, pero entre las imperfecciones que le habían quitado, estaban todas aquellas cosas que me caracterizan, o sea, no había lunares, panza ni ojos marrones, nada. El apolíneo pata de la foto podría ser descendiente más de Carlomagno que de los constructores de Caral, y era claro que para mi interlocutora una mejora de edición era blanquearse, quitarse un poco lo indio —que dicho sea de paso, ella ostentaba tanto como yo— y lucir esbelto como un adonis griego. Traté de que se me restituyeran algunos cambios, cosa que la chica hizo a partir de una matriz no sin protestar, como pensando que nunca faltaba algún idiota —o sea yo— que no comprendiera el arte, y me retiré de ahí dispuesto a no volver a pisar un sitio de esos.
Como sea, una lección me quedó de todo eso, si quieres medir los estándares de alienación de la gente, una buena forma es ir a tomarse fotos de estudio.

lunes, 8 de junio de 2015

Un dinosaurio en San Marcos

Fragmento

Faculta de Economía vista desde Ciencias Sociales
Largas filas de estudiantes, cuatro tanquetas y varias cuadrillas de militares habían sido durante mucho tiempo su último recuerdo de San Marcos. Tantos años después, en un universo ajeno, Julio camina como si fuera un alma en pena que estuviera recorriendo sus pasos. Mentalmente había recorrido esos mismos lugares innumerables veces. Respira el aire húmedo que suele haber en la Ciudad Universitaria. Los alumnos caminan apurados enfrente de él. Chiquillos risueños que podrían ser sus hijos. Detiene su mirada en la explanada de Derecho. Muchos autos estacionados, camionetas de doble cabina, vehículos modernos. Cuando lo detuvieron en ese mismo sitio todo era distinto. Apenas había un viejo auto amarillo estacionado.
Desorientado, le resulta difícil adecuarse a esa nueva faceta de San Marcos.
Avanza por la acera hasta que ve la Facultad de Ciencias Sociales. Distintas imágenes vienen a su mente al verla después de tanto tiempo. Estaba mirando hacia los jardines de la facultad, quizá hacia la facultad de Economía, cuando se le acercaron el Maestro Marx y Oswaldo. Julio Yupanqui retrocedió un paso para saludarlos. Oswaldo también era de la base noventa, pero a diferencia de Julio, quien era de la escuela de Historia, aquel había ingresado a Antropología. Se conocían de saludo, hola compañero, chau compañero. No eran demasiado íntimos. Al Maestro Marx nunca le había hablado, solo lo conocía porque en una clase intervino durante cerca de diez minutos durante los cuales citó cada cinco segundos al «maestro Marx», razón por la cual desde ese día se le conoció con aquel mote. Nadie se lo decía directamente, nunca más lo vieron en las clases, pero paseaba por ahí y los alumnos comentaban que ahí estaba el Maestro Marx, sin que él mismo supiera que así le decían.
—Compañero —Oswaldo dio un paso adelante y le tendió la mano invitándolo a cruzar un apretón de manos—. ¿Por qué tan silencioso? ¿En qué piensa, compañero?
El Maestro Marx no se acercó. Se ubicó al lado de Oswaldo, apoyó los codos en la baranda y se dedicó a mirar hacia otro lado, como si con él no fuera la cosa.
—En nada, compañero —Julio se cruzó de brazos—, estoy esperando la hora de la cena para ir a Cangallo en el burro.
—Compañero, tenía una pregunta —Oswaldo se enserió—. ¿Cuál es su línea?
Julio Yupanqui se sumió en un silencio de desconcierto. Se preguntó para sus adentros qué era eso de la línea.
—¿Mi línea?
—Sí, compañero, su línea.
Algo impaciente el Maestro Marx se incorporó a la conversación, su voz era ronca, y tenía un acento que Julio no pudo identificar. El Maestro Marx le dijo que lo habían escuchado hablar en las clases. Era claro que Julio tenía una idea clara respecto de la realidad nacional. Oswaldo comentó que quizá la había aprendido en la academia preuniversitaria, eso no importaba mucho, lo que querían saber era cuál línea seguía. Su línea ideológica, compañero, agregó el Maestro Marx.
Julio les contó que él se preparó en su casa para el examen de admisión. No entró a academia alguna, pero había conocido un poco de la realidad nacional, los derechos de los trabajadores y la explotación, hablando con su tío Ricardo. Había sido hacia 1980, cuando el tío había entrado a trabajar en El Diario de Marka. No era periodista, pero su partido, Trinchera Roja, lo había asignado a hacer las veces de fotógrafo, cosa que se apuró a hacer. Entonces Julio, que aún era muy pequeño, había salido a pasear con el tío.
—Tío —Julio dejó de asomarse por la ventana del ómnibus que lo llevaba al Centro de Lima—, ¿por qué en estos barrios pitucos vive puro gringo?
En verdad había querido preguntarle al tío por qué los tipos de cabello claro y piel blanca eran pitucos y los cholos, como ellos, gente pobre. Quería saber si era posible que ellos, los gringos, tuvieran mayor capacidad mental, si acaso ellos eran inferiores, pero no se atrevió a formular su interrogante.
—Sobrino —dijo el tío poniéndole una mano sobre el hombro y hablándole en voz baja como para que nadie más oyera—. Ese es el resultado de la explotación, de siglos de prejuicio. ¿Recuerdas todo lo que te han enseñado en el colegio sobre la Independencia, los héroes y todo eso?
—Sí, claro, tío —Julio respondió apurado—, lo recuerdo.
—Ya, sobrino —el tío señaló hacia afuera—, todo eso no es sino una mentira. La verdad es que este país lo hicieron los españoles americanos, los gringos que tú dices. Nosotros, los hijos de los incas, nunca participamos, siempre nos excluyeron, ellos se repartieron el dinero. Prueba de eso es que luego de la Independencia todavía seguía pagándose el tributo indígena, maquillado con el nombre de Contribuciones Indígenas, el movimiento proletario lucha por reivindicarnos. Por eso soy izquierdista.
Julio meditó unos instantes. A ciencia cierta esa era su única línea.
—¿Compañero, no le gustaría venir a un grupo de estudios que tenemos? —el Maestro Marx hablaba con firmeza—. Vamos a presentar unas obras de teatro, teatro del pueblo y para el pueblo.
El tío Ricardo añadió que otra de las mentiras que se enseñaban en las escuelas era que los hombres del pueblo eran temerosos, tontos y traicioneros y que tan poco inteligentes eran, que Pizarro, con un grupito de españoles, había destruido a todo un imperio de indios asustadizos sin su inca.
—Hasta dicen, sobrino —el tío movió la cabeza de un lado a otro en señal de negación—, que Atahualpa era el único alto. Cuando yo estaba en la academia, preparándome para San Marcos, aprendí que eso era mentira. Ese fue un invento de los españoles. Para justificar sus robos. Decían que muerto el inca la gente no sabía qué hacer. Éramos brutos, pues y ellos debían tomarnos a su cargo. ¿No has visto los ejemplos que ponen en los libros del colegio como aportes de la conquista? 
Julio repasó en su mente los ejemplos que ponían los libros escolares: el idioma, la escritura, la religión, la rueda. El tío le dijo que el mundo prehispánico había funcionado bien sin esas cosas y entonces él no entendía cuál era el bendito aporte.
—Los incas eran socialistas, sobrino —el tío asintió—, socialismo agrícola, pero socialismo, por eso no había pobres en el imperio, y por eso los españoles y oligarcas nos han mentido diciendo que éramos inútiles sin ellos.
     
—Claro, compañeros —Julio sonrió— me encantaría asistir. Díganme dónde será la función e iré.
—Será mañana a las seis de la tarde en el auditorio de Letras, es el aula Uno A —el Maestro Marx le mostró la palma de la mano en señal de despedida—. Trate de llegar temprano, compañero. Contamos con su presencia.
—Allí estaré —Julio se despidió de ellos y caminó en dirección al estadio.
¿Quiénes eran ellos?, ¿sobre qué terreno estaba caminando? Julio dio una vuelta por los alrededores del estadio caminando lentamente. Había viento y empezaba a hacer frío. Miró las parejas sobre las bancas y a un grupo de estudiantes que jugaba fútbol en la cancha. Avanzó con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. El morral artesanal colgado del hombro derecho. A su mente vino una frase que había leído en algún lugar. «Las masas hacen la historia». ¿Qué quería decir aquello? ¿Acaso tenía miedo?
Dio una vuelta más, se dirigió a la puerta de la avenida Venezuela y tomó un ómnibus que lo llevó a su casa.


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La fotografía es cortesía de esta página: San Marcos en los 80. Ahí mismo figuran los créditos del fotógrafo


sábado, 9 de mayo de 2015

El video, el examen y la nota

—¡Esa tía es una MILF!

Apenas acababa de hablar Juancho, cuando sus amigos prorrumpieron en ruidosas muestras de aprobación.

Felipe dijo que sí, que la modelo se había movido como una licuadora, y Fernán aseguró que con uno de esos movimientos les podía romper la cintura dejándolos lisiados y revolcándose en el suelo, “como cuando te cae un pelotazo, claro”. Juancho dijo que él había visto la versión extensa, como de una hora en la que la modelo había mostrado que era una profesional. Uno a uno sus amigos dijeron que ellos también. Felipe agregó que había otra versión, una de pocos minutos.

—Esa es un virus —rugió Juancho—, yo creo que tú no lo has visto, causa.

Cuando el profesor entró se hizo el silencio. Ese día había examen de gramática. Teniendo la hoja enfrente de sí, Juancho sintió que estaban hablándole en un idioma desconocido. Se dijo a sí mismo que cómo iba a saber qué cuernos era una perífrasis verbal, y si no sabía eso muchos menos podría dar ejemplo de las modales y aspectuales.

Levantó la cara y vio a sus amigos, se notaban tan confundidos como él. Recordó una frase que siempre le decían: deberías estudiar más. Hablando consigo mismo murmuró una frase conocida: La suerte está echada.

Volvió a mirar el papel. Iba a desaprobar, pero se sentía contento, al menos sus amigos no sospechaban que él tampoco había visto el video de la modelo. 
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Nota necesaria
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia...
Deberías estudiar más es un ejemplo de perífrasis verbal  modal, y la suerte está echada es un ejemplo de perífrasis verbal aspectual

miércoles, 22 de abril de 2015

¿Fantasmas en Jesús María? - La iglesia San Antonio de Padua

Esta historia se relaciona con una experiencia personal que tuve hace unos años, cuando acompañaba a la familia a la misa en la iglesia San Antonio de Padua, y que se reafirmó con algo que me contó mi hermano hace poco.

Por lo general hay algo curioso en las historias de fantasmas, siempre fue un amigo el que lo vio, o el amigo de un amigo, o un anónimo lejano el que vio al espectro, y uno se pregunta qué le pasaría si tuviera esa experiencia.

Frontis de la iglesia, cortesía de su blog
Mi experiencia es algo peculiar y no categórica, eh. Para empezar, un día estaba yo a un lado de las filas de bancas, a la izquierda, cuando un monje franciscano (todos los monjes son franciscanos ahí) se detuvo junto a mí. La verdad es que lo vi con el rabillo del ojo, y como suele vérseles por ahí,  no le presté atención. En cuestión de a lo mucho un segundo quise ver si era el monje era un conocido mío, y para sorpresa no había nadie cerca de mí, el monje sencillamente había desaparecido. La historia se presta, claro, a miles de posibilidades, ilusión óptica, demencia temporal o lo que fuere, no lo niego. El asunto fue que conversando luego con un buen amigo, que entonces asistía a dicha iglesia, él me comentó que alguna gente ha tenido esa sensación de ver al monje.

Pero si la historia del monje es cuando menos llamativa, me cuentan que hace poco uno de los músicos del coro vio allí mismo en el templo, que estaba vacío, a un amigo suyo que esperaba con su guitarra. Lo curioso es que el tipo de la guitarra ha fallecido hace dos años, por lo que el que recién llegaba puso pies en polvorosa.

¿Leyendas urbanas?, ¿pura casualidad?, ¿ilusión óptica? Quizá, si tiene dudas dese una vuelta por el templo de la avenida San Felipe en Jesús María, de paso que oye misa, quizá descubre que el trasfondo detrás de estas experiencias paranormales.