viernes, 15 de abril de 2011

Crítica mordaz de Clemente Palma a César Vallejo


Les comparto estas duras palabras que hacia 1917 hizo Clemente Palma —quien fungía de crítico en Variedades y a quien muchos artistas jóvenes le enviaban sus escritos para que los evaluara— a un joven escritor de iniciales C.A.V. César Abraham Vallejo. He aquí la respuesta que nunca está de más recordar, para ver en el acto el proceso que describe Ortega y Gasset acerca de la ascensión del arte nuevo y el anquilosamiento del arte viejo.


Señor C.A.V. Trujillo. También es usted de los que viene con la tonada de que aquí estimulamos a todos los que tocan de afinación la gaita lírica, o sea a los jóvenes a quienes les da el naipe por escribir tonterías poéticas más o menos cursis. Y la tal tonada le da margen para no poner en duda que hemos de publicar su adefesio. Nos remite usted un soneto titulado «El poeta a su amada» que en verdad lo acredita a usted para el acordeón o para la ocarina antes que para la poesía. Sus versos son burradas más o menos infectas y que hasta el momento de largar al canasto su mamarracho no tenemos de usted otra idea sino la de deshonra de la colectividad trujillana, y que si descubrieran su nombre el vecindario haría lazo y lo amarraría en calidad de durmiente en la línea del ferrocarril de Malabrigo.


Tremendo, menos mal que Vallejo hizo oídos sordos de esas palabras y al final incluso entablaron amistad.


Aquí el poema de Vallejo, en el que al parecer luego del escupitajo verbal de Palma (hijo de Ricardo Palma) Vallejo alteró un poco y publicó en «Los Heraldos Negros»:


El Poeta a Su Amada

Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.

En esta noche clara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En esta noche de setiembre se ha oficiado
segunda caída y el más humano beso.

Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.

Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;
ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura
los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.