lunes, 3 de agosto de 2015

Por qué no me tomo fotos de estudio - Enajenada crónica fotográfica

Huachano y descendiente directo de los constructores de Caral, este Viejocaminante tuvo la ocurrencia, impuesta por alguien a quien estima mucho, de acudir a un estudio fotográfico para una sesión de fotos “profesional”, No puedo seguir sin decir, ante todo, que presenté un reclamo disfrazado de pataleta, arguyendo que era más barato tomarse una foto y que, por supuesto, con las cámaras actuales puede uno tomarse un centenar de fotografías y escoger la que mejor le parezca para imprimirla o llevarla a imprimir a un lugar especializado por cincuenta céntimos. Mi interlocutora desestimó mi propuesta y dijo que no podía compararse la calidad del fotógrafo —lo que bien visto ponía en entredicho la calidad de mis artes con la camarita— y que, su mejor amiga hacía cada cierto tiempo una sesión de esas con resultados maravillosos.
Destruido mi ego fotográfico (ya era claro que no era Robert Whitaker o Herman Schwarz), fui a la sesión fotográfica. Nada del otro mundo, una chiquilla con una cámara mejor que la mía y seguramente con mejores conocimientos. Pasó la sesión, unas situaciones clisé y listo, a escoger las mejores fotos. Lo curioso vino al día siguiente, cuando hubo que recoger las fotos.
Allí, enfrente de mí, estaba un tipo fornido, sin lunares en la cara medio blancón y de ojos verdes que abrazaba a una chica que bien podría haber sido modelo de pasarela.
—¿Pero quién es ese tipo? —pregunté intrigado y a sabiendas de la respuesta.
—Es usted —respondió muy alegre la fotógrafa y editora—, le pusimos un poco de Photoshop, muy poquito para ocultar las líneas de expresión y perfilar un poco las cosas.
Era verdad, ese era yo, pero entre las imperfecciones que le habían quitado, estaban todas aquellas cosas que me caracterizan, o sea, no había lunares, panza ni ojos marrones, nada. El apolíneo pata de la foto podría ser descendiente más de Carlomagno que de los constructores de Caral, y era claro que para mi interlocutora una mejora de edición era blanquearse, quitarse un poco lo indio —que dicho sea de paso, ella ostentaba tanto como yo— y lucir esbelto como un adonis griego. Traté de que se me restituyeran algunos cambios, cosa que la chica hizo a partir de una matriz no sin protestar, como pensando que nunca faltaba algún idiota —o sea yo— que no comprendiera el arte, y me retiré de ahí dispuesto a no volver a pisar un sitio de esos.
Como sea, una lección me quedó de todo eso, si quieres medir los estándares de alienación de la gente, una buena forma es ir a tomarse fotos de estudio.