Texto en corrección. |
Quizá el peor error que alguien
que se dedica a escribir podría cometer es no corregir. Hace poco traté de leer
el trabajo de una cierta persona, pero tenía errores tan garrafales que
resultaba prácticamente imposible seguir la lectura. Tal vez su idea era buena,
pero una mala redacción dificulta mucho el que sea tomado con seriedad. Para
evitar este tipo de inconvenientes debe uno corregirse a sí mismo tantas veces
como sea posible, pero esto no basta, es por eso que además debemos dejar de pensar
que somos autosuficientes y que no cometemos errores y busquemos una segunda
opinión.
Corrigiéndose
uno mismo
Este paso es tan
importante como redactar el texto e implica una relectura pacienzuda y
meticulosa ─de ser posible, hecha a hoja
impresa y en voz alta─, la misma que debe hacerse tantas veces como sea
posible.
Sea que estemos
produciendo un texto de divulgación científica o uno artístico, siempre es
necesario leer varias veces lo que hemos escrito para evitar errores de contexto,
ortográficos y gramaticales.
Buscando
una segunda opinión
Recuerdo mucho que al
leer La Náusea, y prestarle atención al prólogo de José Mañas comentaba aquel
que Sartre quería presentar el texto de manera diferente, pero le sirvió de
mucho buscar una segunda opinión:
Su
intención, desde un principio, fue darle categoría filosófica al género
novelesco y llevar a cabo su particular revolución copernicana haciendo tábula
rasa de los sistemas filosóficos de su época. Los primeros manuscritos debieron
ser impotables. Afortunadamente Simone de Beauviour (el “Castor” de la
dedicatoria) le consejó introducir algo de suspense en la trama y literalizar
al máximo sus ideas (Sartre, LN, 6).
Si bien es muy importante
corregirse uno mismo, no podemos dejar de reconocer que existe un tipo de
lectura, a la que llamo “mental”, que nos hace perder objetividad ante
nuestro escrito y nos lleva a leerlo más con “la mente” que con los ojos, y ello nos
impide ver cosas que otros pueden ver.
Me pasó hace poco
leyendo un “manuscrito”[1] de
la novela de un buen amigo. Cabe anotar que mi estimado camarada trabaja como corrector de estilo y posee
una prosa pulquérrima, sin embargo, conocedor de los riesgos de la propia
lectura, me pasó su texto para que lo ayudara viendo cosas que él, nublado por
sus propias pasiones no podía ver. Y así fue, encontramos algunos errores como
que un personaje asesinado apuñalado, se mencionaba en otra parte que había
sido abaleado. ¿Qué había ocurrido? La primera versión de la novela partía de
un asesinato a balazos y la segunda consideró mejor el apuñalamiento. Mi amigo,
leyendo “con la mente”, no pudo captar este error que podía ser evidente para
otro. Es bueno, por ello, buscar una segunda opinión. Claro está, yo también lo
haré al terminar una novela que estoy escribiendo.
Buscando
ayuda profesional – el corrector de textos
Si en algún caso no
conocemos a alguien que tenga un buen dominio del español, podríamos usar un
corrector de estilo, una persona que sabe de estos temas. Visto que los
correctores ortográficos cibernéticos[2] no son ciento por ciento confiables, es
recomendable visitar al corrector de textos o de estilo.
¿Dónde
hallar un corrector de estilo en Perú?
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Bibliografía
citada
SARTRE, Jean Paul. LA
NÁUSEA. Editorial Losada. Madrid. 192. (LN).
[1] No era realmente un manuscrito,
puesto que ya casi nadie escribe “a mano”, sino una hoja impresa.
[2] El corrector de Word y los
correctores que podemos hallar en línea no son capaces de interpretar un texto
o identificar errores en el uso de palabras con régimen (como por ejemplo discrepar, que debe ser escrito: discrepar de, sin embargo, si
escribimos; discrepo con (que
implicaría que se discrepa conjuntamente y no adversativamente, por ejemplo la frase: “El presidente discrepó con el alcalde”
es un error y debería ser presentada como: discrepó
de), estos correctores no lo identifican como error, y este es sólo un
ejemplo entre la multitud de queísmos, dequeísmos y otros errores posibles.