Había
pensado no opinar sobre esto, pero, como ha ocurrido cerca de mi casa, me
dieron ganas de decir algo.
Podemos
empezar con una simple pregunta: ¿Algo justifica la violencia física?
Rodrigo Riofrío en el ojo de la tormenta |
Todos
estamos de acuerdo en que está mal que un hombre golpee a una mujer, pero
también deberíamos estarlo con que una mujer golpee a un hombre, que un niño
golpee a otro niño, que un adulto golpee a un niño, que un niño golpee a un
adulto o lo que sea. La agresión física nunca está justificada, es cosa de
gente carente de ideas, que imposibilitada para discutir con ideas, recurre al
recurso más prístino, simple y torpe, el golpe.
—¿Por
qué lo golpeaste?
—Porque
me dijo chato.
Este
tipo de argumentos ridículos son la ley que prima en las cárceles: me dice algo
le meto golpe. Son estos los mismos casos que los niños en las escuelas a veces
llegan a creer que son ciertos (razón en la cual se amparan todos los casos de
maltrato infantil mal llamado bullying) e ignoran que hay formas más eficientes
de escarmentar al agresor (para eso está la autoridad). No, las cosas no se
arreglan a golpes.
Esto
es algo que no entendieron las mujeres de Vivanda, respondieron a palabras con
golpes y eso está mal, pues, demuestra falta de ideas y vulgaridad. ¿Qué les puede haber dicho el
embajador para que reaccionen a los golpes? No existe una palabra que
justifique el golpe. ¿O sí? He visto por ahí gente que dice que la chica
reaccionó ante un insulto a su madre: «Yo también le rompía la jeta», dicen.
Estupidez, pues, falta de ideas, la ley del más fuerte, la jungla, entonces
para qué miércoles existe un cierto orden, solucionemos todo a golpes y listo, vivamos como los chimpacés y
listo.
Ahora,
el alcalde de Magdalena —aquel al que se le vio ebrio golpeando a un sereno que
intentó evitar que condujese poniendo en peligro a propios y extraños— asegura
que el embajador Rodrigo Riofrío es un cobarde y que debió asimilar los golpes con una amplia sonrisa e irse a denunciar
eso a algún otro lado como buen macho, soportando el jalón de sus cuatro cabellos
como Dios manda. En el video se ve que las mujeres agreden y los cajeros, el
policía y todo cuanto estaba por allí corre a detenerlas a ellas, nadie sabía
que él era el embajador, si van a sujetarlas es porque era claro quienes
agredían, quienes habían perdido el control, evidente. El embajador las aleja
con su revista mientras su esposa, con el carrito lo espera a unos metros. Eso
se puede ver claramente, y luego, cuando ambos ya han salido hacia su carro, la
fierecilla, la muchacha agresora sale a agarrar de los pelos a la señora, la
lleva al suelo (testimonio del hombre que cuida los carros por allí) y ahí es
cuando el embajador le da un puntapié. La violencia solo trae más violencia,
fierecilla de poco seso.
Ya en
ese momento todos estaban mal lo que había allí era un pleito de callejón.
Y surge entonces otra ¿por
qué ha trascendido tanto que ha llegado a dividirse la opinión?, más que por tratarse de un embajador, es porque era
ecuatoriano. En la misma semana hemos visto cómo la prensa y los políticos de
oposición han tratado de alejar a Humala del gobierno de Rafael Correa en Ecuador o del
de Nicolás Maduro en Venezuela, y así han defendido lo indefendible, la agresión de esa
muchacha. Si el embajador hubiera sido de otro país seguramente habrían salido
a ofrecer disculpas por la vergüenza que esto implicaba.
Así
estamos.