Para cualquiera
que haya puesto un pie en el colegio, como estudiante, resultará claro que allí
funcionan los códigos de la calle, los de las prisiones, y que aquel que se
atreve a denunciar una agresión no es sino un «soplón» y se arriesga a la
marginación y toda clase de represalias. Quiero al respecto citar una anécdota
de mis tiempos escolares.
Yo estudié en el
Alberto Leopoldo Barton, un bodrio disfrazado de colegio, en el cual podía uno
fácilmente creer que estaba en Maranguita[1].
Pues bien, cierta vez unas alumnas de mi salón—maleadas y escandalosas ellas—
le habían robado a otra estudiante una cartuchera llena de útiles escolares, y
como alguien le avisó al profesor que ellas la tenían, recurrieron a la
intimidación de siempre para obtener respuestas. Primero vinieron donde
estábamos mis amigos los hippies adolescentes Francisco, Miguel Ángel y yo, y
nos exigieron que les dijésemos quién era el soplón, como comprendieron que,
viviendo en nuestro limbo, no teníamos idea, se fueron contra Luis Alberto Reyna
Gil, un muchacho de la selva al que acusaron directamente, agregando que
llevarían a sus amigos matones —que aunque no estudiaban en el colegio, ya
habían ido por allí otras veces a golpear a los enemigos de sus amigas— para
que lo golpearan. Luis Alberto, sin inmutarse, les respondió que si alguien le
ponía una mano encima las denunciaría por agresión y que sus amigos matones se
las tendrían que ver con la Policía. Ese fue el santo remedio, las chicas se
fueron y sus amigos no volvieron.
Todo eso me dejó
clara una lección, que el mundo escolar podía manejarse de una manera distinta.
Creo que mucha culpa tienen muchos profesores por dejadez, porque se aúnan al
sistema presidiario, y esperan en su sillón que las cosas las arreglen los
alumnos a golpes, sin preocuparse por hacerlos entender que el mundo escolar debe ser un
reflejo del mundo adulto y que si en el mundo adulto un vecino golpea a otro es
denunciado y tendrá que vérselas con la Policía, porque a la vuelta de la
esquina las cosas no se arreglan a golpes como en el mundo del crimen.