Con mucha
sorpresa y curiosidad he visto que Facebook está lleno de espectros como William Shakespeare
que, emulando al fantasma del rey
Hamlet, volvió para hacerse de más de cuatro millones de fans. Otros que no se
quedan atrás son Miguel de Cervantes Saavedra con 38,000 seguidores, Honoré de Balzac
con 81,698 seguidores e incluso Tito Livio con 1,444 seguidores.
En terrenos menos literarios otros espectros de mucha popularidad son: Bruce Lee que a pesar de nunca haber visto una computadora personal, tiene cuenta de facebook y cerca de tres millones de seguidores, Jim Morrison con 423,124 fans y dejamos de contar, pero lo animo: muerto que busque ahí lo hallará.
En terrenos menos literarios otros espectros de mucha popularidad son: Bruce Lee que a pesar de nunca haber visto una computadora personal, tiene cuenta de facebook y cerca de tres millones de seguidores, Jim Morrison con 423,124 fans y dejamos de contar, pero lo animo: muerto que busque ahí lo hallará.
Ahora bien, cualquiera, con todo derecho, alegará que estoy siendo injusto porque es
evidente que ellos, los difuntos, no hicieron un perfil, y que aquello a lo que la gente se
adhiere no es sino una página, sí, un elemento con información sobre una
personalidad y que, al hacer clic, en esa página lo que hacemos no es decir ¡Hola
Jim Morrison!, sino declarar cuáles son nuestras preferencias musicales o
literarias.
La pregunta sería entonces —la pregunta que me hago, al menos— ¿por qué debería
yo hacer clic a una página que tiene tanto del autor como una que podría hacer
yo? Mi respuesta es no hacerles clic, si usted lo hace es cosa suya, no es un
crimen, pero según Morgan Feldman, de la universidad de Minnesota, este
fenómeno lo que hace es algo semejante a la vieja falacia del argumentum ad hominem. Dice Feldman que
el usuario al rodear su perfil de personalidades de talla mundial, como Shakespeare,
se «baña» un tanto en su gloria, de suerte tal que algo de ella se le pega.
Así que ahí lo
tiene, si está usted de amigo de Shakespeare, quizá es porque quiere beber de
su aura y de esa suerte es usted un Shakespearecito, o lo que es lo mismo un
Chespirito.