lunes, 24 de diciembre de 2012

El Tano Pasman, River, EsSalud y yo (Crónica burocrática)

El Tano Pasman, casi una víctima de EsSalud
Todos, o casi todos, hemos visto ese famoso video del Tano Pasman. Aquel que no lo haya visto puede verlo haciendo clic AQUÍ. El asunto es que la rapidez comunicacional del caballero en cuestión a veces me había dejado pensando si no sería un video armado, con un guión ensayado mil veces. Un hecho vino a mostrarme que una situación extrema puede sacar al Tano Pasman que todos —unos más que otros— tenemos dentro.

Hace unas semanas tuve que hacer varios trámites en la eficiente institución de Seguridad Social peruana que responde al nombre de EsSalud (y que vistos los hechos bien pudo llamarse EsEnfermedad). El asunto, a resumidas cuentas, fue lograr que reconocieran un descaso otorgado a mi esposa embarazada por un médico particular —cosa que hubo que hacer porque ellos estaban en huelga—  y lograr así que no le descontaran a mi esposa en su centro de labores.

Si usted ha leído El Proceso, ya tiene una idea de lo que es hacer un trámite en EsSalud. Ingresar el documento no era difícil, el calvario empezaba al tratar de recogerlo. Llegué exactamente el día que indicaron a las 2:15pm porque el horario de atención escrito decía:

De 2pm a 4pm

Lo cierto fue que a las 2:15pm ya no atendían porque a las 2 entregaban boletos a los presentes y solo se atendería a los cuarenta primeros… La cosa empezaba mal.

El siguiente día llegué a la una y cuarenta, obtuve el codiciado boleto, pero empecé a temer lo peor cuando, hablando con unas señoras, ellas me dijeron  que eran la quinta vez que iban, cada vez les pedían algo nuevo y debían empezar el trámite desde cero.

—Si tiene suerte, tal vez lo atiendan —me dijo una de ellas.

Eses día note algo peor, antes que yo había dos asistentas sociales que llevaban los papeles de una veintena de personas, de manera que luego de ellas esperar era desesperante. Cuando al fin llegué a la ventanilla, el oficinista me dijo sin mirarme que debía volver en una semana.

Una semana después la cosa seguía mal, lo peor fue encontrarme con las señoras de nuevo. Las habían rechazado, pero trataría una vez más. Esta vez fui más temprano para ganarles a las asistentas sociales, lo logré, pero la chica que me atendió buscó entre una ruma de expedientes el mío y luego de unos segundos (la verdad es que no buscó mucho) me dijo que volviera en dos días porque no estaba listo.

Si hubiera sido más sincera me hubiera dicho que quería evitar la fatiga de buscarlo…

Pasado ese tiempo volví, esta vez llegué a la una de la tarde, pero la fila era inmensa, además de los citados para ese día, estaban allí los rechazados de otros días y las asistentas sociales. El primero de la fila había llegado a las once de la mañana y yo, que esperaba ser el primero era el número treinta, ni más ni menos.

Puede ya el lector que ha seguido hasta aquí, imaginarse que el público no estaba tranquilo, y los insultos llovían de aquí para allá, contra los empleados y contra cualquiera que osase meter su nariz cerca de la ventanilla.

Luego de dos horas de espera, cuando llegué a la ventanilla, me encontré con la chica de la vez anterior. Le entregué el papel, se alejó y buscó acuclillada. Cuando al fin regresó traía una hoja en la mano.

—Su expediente ha sido rechazado por el médico —me dijo y estiró la mano para pedirle sus papeles al siguiente de la fila.

Le pregunté si acaso debía ingresar el papel y hacer todo el trámite de nuevo desde cero.

—Así es, el médico lo ha rechazado —afirmó la chica.

Salí de allí refunfuñando, previas lisuras contra la chica, el médico y EsSalud entero. Junto a mí salía un viejecito que había estado en otra ventanilla.

—Estos hijos de perra creen que les estamos rogando —se quitó la gorrita para echarse aire el viejecito y, volteando de cara al edificio central gritó a los cuatro vientos—. ¡Ese dinero es nuestro, hijos de puta!

Era cierto…

Me alejé de EsSalud caminando despacio, en el trayecto me acordé del ginecólogo que atendía a mi esposa, una cucaracha de apellido Vignolo, de la chica de la ventanilla y de cuanto tarado había encontrado allí, y volteando para ver el edificio junto al viejecito emulamos ambos al Tano sin habérnoslo propuesto y con una facilidad que a mí mismo me dejaba perplejo.