lunes, 5 de noviembre de 2012

La cultura del grito – ¿germen de las dictaduras?

El Grito - Eduard Munch
Voy pasando por la puerta de un nido —una institución educativa para niños menores de cinco años—, y escucho la voz de una profesora que a voz en cuello llama a un niño:
—¡Carlos, a tu sitio!
La llamada de atención soldadesca y estentórea que me sacude en la calle, debe de haber sido efectiva, porque no vuelve a repetirse.

Así es, un oficial del Ejército, un profesor, un ama de casa tratando de captar la atención de sus hijos o un jefe de cocina recurren al grito como forma comunicativa efectiva y única para establecer contacto con otras personas.

Esto me lo dijeron cuando quise enseñar alguna vez, debía alzar la voz, porque es la única manera de demostrar autoridad para ganar el respeto de los alumnos. Me lo han dicho las señoras, algo metiches ellas, que se atreven a darme consejos sobre cómo criar a mi hija de dos años.

En verdad uno no es consciente de cuán arraigada está la cultura del grito —o del ser gritados para obedecer—, como cuando se encuentra ante un grupo humano acostumbrado a la imposición, al caballazo y al recorte arbitrario de sus libertades. Empieza en el hogar, a muy temprana edad, nos persigue en la escuela, y está allí, a la vuelta de la esquina persiguiéndonos. Parece broma, pero esta realidad es el génesis de la tiranía, de la dictadura, porque en la cultura del grito se arraiga la idea de que la buena autoridad es solo aquella que se impone por la fuerza, la que avasalla.

El diálogo, la conversación no son enseñadas, no son practicadas y brillan por su ausencia.