martes, 23 de octubre de 2012

Doris Lessing y los escritores leídos

Decía Pierre Bourdieu* que: «Existen pocos actores sociales que dependan tanto como los artistas, y más los intelectuales, en lo que son y en la imagen que tienen de sí mismos de la imagen que los demás tienen de ellos y de lo que los demás son». Y alguna vez leí que Camus decía —a su vez, y lo cito sin saber si acaso la cita es de él, pero me parece apropiada— que un escritor es un tipo condenado a que lo lean cien personas y lo comenten millones**.

Doris Lessing, Premio Nobel de Literatura 2007
De alguna manera lo que quiero comentar aquí se relaciona con eso. Es cierto también que un escritor no es el que escribe, sino el que además es leído y aceptado por una comunidad de individuos como "artista" o "escritor". Tenemos, entonces, que en este sentido la recepción del mensaje artístico es de alguna manera más importante que la creación en sí.

Esto, que parece paradójico y quizá jalado de los cabellos, lo podemos apreciar claramente en la vida y obra de la Premio Nobel Doris Lessing. A pesar de estar enmarcada en la lucha feminista y las causas sociales y a pesar también de haber ganado numerosos premios europeos, para la mayoría de las personas —salvo círculos académicos, o lectores de alguna manera eruditos—, Doris Lessing había sido una auténtica desconocida. En Perú, por citar un ejemplo, luego del Nobel, han empezado a llegar sus novelas y seguramente durante algún tiempo será «buena onda» haberla leído. Ella misma, quizá, a sus casi noventa años, sentada en la puerta de su casa para escuchar a los periodistas acerca del premio Nobel obtenido (ver foto adjunta) comprendía que ahora, cuando la percepción que de ella hubiera cambiase, dejaría de ser la que había sido y se transformaría en una suerte de gran escritora. Lo curioso del caso es que el «status» no depende de lo que escribió —ya que sus textos no son modificados en absoluto— sino de cómo será percibida su obra en adelante.

Lo que tenemos al frente no es otra cosa que un fenómeno que podríamos llamar «la aceptación de la obra de arte». Y es que mientras la obra tenga lectores que la consideren arte, entonces será una obra de arte. Y mientras más lectores con cierto nivel de erudición y críticas favorables tenga, mejor será considerado su autor.***

Esto ocurre también con autores incomprendidos en determinado tiempo. Como Cervantes, quien no creía que el Quijote fuera su mejor obra, pero a quién la posteridad ensalzó al darle una nueva lectura. Desde fuera de la literatura, caso similar ocurrió con Diego de Velásquez, quien fue revalorado por los impresionistas y encumbrado a la categoría del autor grandioso con que luego lo hemos conocido.

Este juego de lecturas, relecturas y reivindicaciones nos muestra cómo, la percepción de la obra de arte es capaz de crear —en el proceso de decodificación, que no es sino una lectura— una nueva obra de arte y que, este proceso dinámico es una suerte de «sempiternación» de la obra de arte, un algo que explica «esa extraña duración del arte» respecto de otras manifestaciones humanas.****

(Publicado el 2007 en Olla Común)
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*El artículo de Bourdieu se llama "Campo intelectual y proyecto creador" y aparece en una compilación intitulada Problemas del Estructuralismo.
**De hecho y, para ver que de muestra basta un botón, esa cita de Camus la leí en algún texto cuyo nombre no recuerdo.
*** Esto deja de lado al autor de best sellers, cuya aceptación masiva no implica la obtención del rótulo de «obra de arte» de manos de la crítica especializada ni, de los grupos de lectores emergentes, cuya trascendencia quizá sea mayor que la de la misma crítica especializada.
****Recuerdo que en una dogmática clase de Filosofía Marxista (y no marxiana), mi amigo Poggi preguntaba, partiendo del supuesto de que todo es diacronía: «¿Cómo puedo explicar que en el arte, yo escuche a un autor como Giovanni Pierluigi de Palestrina y lo disfrute tanto como en su época?» Creo que la respuesta que debió dar el profesor es que Poggi lo disfrutaba, sí. Pero no igual que en su época, porque la concepción del mundo del buen Poggi, no era en ningún caso la misma que la de un hombre de la época de Palestrina (S XVI). En una palabra ambos veían el mundo con distintos ojos, tenían ante sí, universos diferentes.