Si alguna vez usted trató infructuosamente de convencer de su evidente error a alguien, entonces seguramente usted estuvo frente a un miembro de cualquiera de estos grupos ajenos al entendimiento, alérgicos ante la razón y reacios al cambio.
Ocurre lo mismo con los fundamentalistas religiosos, los fanáticos deportivos, los ovinos partidarios políticos y los que simplemente no pueden entender. Todos tienen el circuito de la comprensión anulado, bloqueado y sellado. La única posibilidad para aquel es ver un mundo plagado de gente equivocada. Todos están mal, yo estoy bien, es una frase tan descabellada, que sin embargo le parece a él normal. Esto es estar fuera de la razón.
Me ocurrió hace poco*, al tratar con un irracional funcionario bancario, es exasperante hasta que te das cuenta que en vano hablas y hablas, porque el otro no entenderá jamás y entonces, antes de caer en la intolerancia —sí, no aceptar al otro sea quien sea es intolerancia, por lo cual tan intolerante es un fanático religioso como el ateo que lo acosa— no hay mejor opción que dar la vuelta y dejar al otro en su error.
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Ya se adivinará que este texto catártico lo escribo apenas llegado de conversar con ese pobre sujeto —no tiene la culpa—, que trabaja en los nuevos dueños de esclavos (esclavitud por deudas), los bancos.
Imagen tomada de The Real Art of Protest
Ocurre lo mismo con los fundamentalistas religiosos, los fanáticos deportivos, los ovinos partidarios políticos y los que simplemente no pueden entender. Todos tienen el circuito de la comprensión anulado, bloqueado y sellado. La única posibilidad para aquel es ver un mundo plagado de gente equivocada. Todos están mal, yo estoy bien, es una frase tan descabellada, que sin embargo le parece a él normal. Esto es estar fuera de la razón.
Me ocurrió hace poco*, al tratar con un irracional funcionario bancario, es exasperante hasta que te das cuenta que en vano hablas y hablas, porque el otro no entenderá jamás y entonces, antes de caer en la intolerancia —sí, no aceptar al otro sea quien sea es intolerancia, por lo cual tan intolerante es un fanático religioso como el ateo que lo acosa— no hay mejor opción que dar la vuelta y dejar al otro en su error.
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Ya se adivinará que este texto catártico lo escribo apenas llegado de conversar con ese pobre sujeto —no tiene la culpa—, que trabaja en los nuevos dueños de esclavos (esclavitud por deudas), los bancos.
Imagen tomada de The Real Art of Protest