El joven escritor José Carlos Agüero Solórzano nos entrega un poemario extraño y sombrío. En esta obra se versa sobre lo que a veces preferimos no ver. Es así que en su obra se entretejen imágenes de horror expuesto, con un muy buen entramado conjunto de formas de dolor que nos llevan a preguntarnos quiénes son los verdaderos monstruos en la vida.
El nombre del poemario no es casual, pues, la pluma de José Carlos está empeñada en demostrar ese lado monstruoso de nuestra naturaleza que puede destruir todo a su paso, empezando por nuestra propia especie. Quizá la idea central del poemario se pueda rescatar del poema «Habitante del espejo»:
Nadie que es un monstruo hasta que se mira en el espejo
La mujer se observa y arranca sus ojos
En el espejo nace un ser sin reflejo
enemigo de la luz
El poeta busca crear un espejo en el que podamos vernos, es quizá n poemario de denuncia, de denuncia de nuestros atropellos, de nuestra indiferencia ante el dolor ajeno, y decimos ajenos para decir que no es nuestro, como intentando escapar de ese sino terrible que es la destrucción, hasta que se nos enrostre ante un espejo.
Pero no todo es lúgubre —o acaso lo es más—, porque la inocencia de los niños encuentra un rescoldo de normalidad en medio del caos, como en estos versos tan tiernos como terribles, cantados quizá a una madre:
Para oírte una vez más armé tu boca y rogué
Hazme dormir, cántame bajito
Tu boca se desarme y parece que sufres,
Pero sigo esperando
----
Nota publicada en Le Monde Diplomatique Edición Peruana en diciembre de 2010.
El nombre del poemario no es casual, pues, la pluma de José Carlos está empeñada en demostrar ese lado monstruoso de nuestra naturaleza que puede destruir todo a su paso, empezando por nuestra propia especie. Quizá la idea central del poemario se pueda rescatar del poema «Habitante del espejo»:
Nadie que es un monstruo hasta que se mira en el espejo
La mujer se observa y arranca sus ojos
En el espejo nace un ser sin reflejo
enemigo de la luz
El poeta busca crear un espejo en el que podamos vernos, es quizá n poemario de denuncia, de denuncia de nuestros atropellos, de nuestra indiferencia ante el dolor ajeno, y decimos ajenos para decir que no es nuestro, como intentando escapar de ese sino terrible que es la destrucción, hasta que se nos enrostre ante un espejo.
Pero no todo es lúgubre —o acaso lo es más—, porque la inocencia de los niños encuentra un rescoldo de normalidad en medio del caos, como en estos versos tan tiernos como terribles, cantados quizá a una madre:
Para oírte una vez más armé tu boca y rogué
Hazme dormir, cántame bajito
Tu boca se desarme y parece que sufres,
Pero sigo esperando
----
Nota publicada en Le Monde Diplomatique Edición Peruana en diciembre de 2010.