Cuando Mark Thomas Martinelli llegó a su habitación, cerró la puerta, lloró amargamente y pensó que era tiempo de hacer lo correcto para limpiar lo poco que le quedaba de honra.
Algunos años antes, cuando no sabía nada del movimiento musical que se gestaba en San Francisco, él y su primo Vinny habían robado algunas cosas de una furgoneta. Vinny se llevó la mayoría de los artefactos y él conservó el bajo Alembic Spoiler color negro que ahora parecía increparle su conducta desde una esquina de la habitación.
—Yo no sabía, Cliff —murmuró mientras la instrumental «Orion», del fallecido bajista, sonaba en sus altavoces.
Se acercó al instrumento y pasó una mano por sobre las clavijas que limpiaba diariamente. Como suponía, no había nada de polvo y la mano se deslizó suavemente, como si patinara sobre hielo.
—Maldito Vinny —apretó un puño con fuerza—, ojalá y te pudras en el infierno.
Pocas semanas después del asalto a la furgoneta, Vinny murió. Fue durante el atraco a una joyería en Mission Street. Mark entonces decidió entretenerse en otros asuntos, terminó los estudios secundarios en la Gateway High School, y apenas acabadas las clases empezó a trabajar en el taller de mecánica de un vecino suyo llamado Phil Doherty. Allí, de la mano de Doherty, aprendió entre otras cosas, a escuchar a la que en adelante sería su banda favorita, Metallica.
Ya con el cabello largo y enfundado en raídos jeans de color celeste, Mark fue presa de un fanatismo tal que lo llevó a asistir a cuanto concierto ofrecía la banda en San Francisco y un buen día, mientras trabajaba en el taller, recibió la noticia de la muerte de Cliff Burton en los hielos escandinavos. Aún recordaba el último concierto de la banda. Mark había estado enfrente de Cliff, tan cerca que prácticamente le salpicaba el sudor cuando incansablemente agitaba la melena. «Hubiera muerto Lars», dijo entre dientes y rió de mala gana. Mark se sumió en la tristeza.
Una tarde se hizo de todos los fanzines y periódicos en que se hablara de su héroe muerto. Al principio Phil Doherty se sintió identificado con el dolor de su discípulo, amigo y compañero de juergas, pero luego fue pasando de la lástima a la ira. Mark no trabajaba como antes, llegaba al taller tarde y se sentaba a leer las publicaciones una y otra vez mientras el vinilo del album «Master of Puppets» daba incansables vueltas una y otra vez.
—Si no actúas normal, Mark —Phil le colocó cierta vez una mano sobre el hombro a Mark—, si no lo haces tendré que echarte de aquí.
Mark, lejos de hacerle caso, levantó la cara. El cabello desordenado le caía por sobre el rostro y una expresión de pánico se dibujaba en lo poco que se podía notar de su faz.
—Yo le robé, carajo —aulló y salió corriendo del taller con una revista arrugada entre los dedos.
Así fue como llegó a su casa y puesto de pie frente al bajo negro que alguna vez había robado con Vinny, sin saber que era de Burton. Se dijo que lo mejor que podía hacer era devolverlo a la familia de Cliff de una vez por todas. Hizo un par de llamadas, se contactó con un escritor de fanzines, cuidándose de no decirle lo del bajo. «Tengo información valiosa sobre Metallica», comentó y salió a la calle. Antes de cerrar la puerta miró el instrumento musical, delicadamente acomodado junto a su cama.
El 27 de octubre de 1986, un mes después de la muerte de Cliff Burton, Mark Thomas Martinelli cruzó la calzada a grandes pasos dispuesto a devolver el bajo que tiempo atrás le robó al difunto bajista, sin embargo, antes de terminar de atravesar la calle fue embestido por una camioneta pintada con sicodélicos colores hippies. Los hippies bajaron a ayudar al herido, pero solo lo vieron fallecer mientras balbuceaba un incoherente.
—Yo no sabía, Cliff, no sabía…
Algunos años antes, cuando no sabía nada del movimiento musical que se gestaba en San Francisco, él y su primo Vinny habían robado algunas cosas de una furgoneta. Vinny se llevó la mayoría de los artefactos y él conservó el bajo Alembic Spoiler color negro que ahora parecía increparle su conducta desde una esquina de la habitación.
—Yo no sabía, Cliff —murmuró mientras la instrumental «Orion», del fallecido bajista, sonaba en sus altavoces.
Se acercó al instrumento y pasó una mano por sobre las clavijas que limpiaba diariamente. Como suponía, no había nada de polvo y la mano se deslizó suavemente, como si patinara sobre hielo.
—Maldito Vinny —apretó un puño con fuerza—, ojalá y te pudras en el infierno.
Pocas semanas después del asalto a la furgoneta, Vinny murió. Fue durante el atraco a una joyería en Mission Street. Mark entonces decidió entretenerse en otros asuntos, terminó los estudios secundarios en la Gateway High School, y apenas acabadas las clases empezó a trabajar en el taller de mecánica de un vecino suyo llamado Phil Doherty. Allí, de la mano de Doherty, aprendió entre otras cosas, a escuchar a la que en adelante sería su banda favorita, Metallica.
Ya con el cabello largo y enfundado en raídos jeans de color celeste, Mark fue presa de un fanatismo tal que lo llevó a asistir a cuanto concierto ofrecía la banda en San Francisco y un buen día, mientras trabajaba en el taller, recibió la noticia de la muerte de Cliff Burton en los hielos escandinavos. Aún recordaba el último concierto de la banda. Mark había estado enfrente de Cliff, tan cerca que prácticamente le salpicaba el sudor cuando incansablemente agitaba la melena. «Hubiera muerto Lars», dijo entre dientes y rió de mala gana. Mark se sumió en la tristeza.
Una tarde se hizo de todos los fanzines y periódicos en que se hablara de su héroe muerto. Al principio Phil Doherty se sintió identificado con el dolor de su discípulo, amigo y compañero de juergas, pero luego fue pasando de la lástima a la ira. Mark no trabajaba como antes, llegaba al taller tarde y se sentaba a leer las publicaciones una y otra vez mientras el vinilo del album «Master of Puppets» daba incansables vueltas una y otra vez.
—Si no actúas normal, Mark —Phil le colocó cierta vez una mano sobre el hombro a Mark—, si no lo haces tendré que echarte de aquí.
Mark, lejos de hacerle caso, levantó la cara. El cabello desordenado le caía por sobre el rostro y una expresión de pánico se dibujaba en lo poco que se podía notar de su faz.
—Yo le robé, carajo —aulló y salió corriendo del taller con una revista arrugada entre los dedos.
Así fue como llegó a su casa y puesto de pie frente al bajo negro que alguna vez había robado con Vinny, sin saber que era de Burton. Se dijo que lo mejor que podía hacer era devolverlo a la familia de Cliff de una vez por todas. Hizo un par de llamadas, se contactó con un escritor de fanzines, cuidándose de no decirle lo del bajo. «Tengo información valiosa sobre Metallica», comentó y salió a la calle. Antes de cerrar la puerta miró el instrumento musical, delicadamente acomodado junto a su cama.
El 27 de octubre de 1986, un mes después de la muerte de Cliff Burton, Mark Thomas Martinelli cruzó la calzada a grandes pasos dispuesto a devolver el bajo que tiempo atrás le robó al difunto bajista, sin embargo, antes de terminar de atravesar la calle fue embestido por una camioneta pintada con sicodélicos colores hippies. Los hippies bajaron a ayudar al herido, pero solo lo vieron fallecer mientras balbuceaba un incoherente.
—Yo no sabía, Cliff, no sabía…