Paseando un día después de las fiestas, y tras haber observado gustoso cómo la ciudad se iluminaba bajo una muy nutrida batería de fuegos artificiales, decidí dar un paseo por los alrededores de mi casa. Pronto descubrí que a pesar de que la calle lucía relativamente limpia, gracias a la prohibición municipal para realizar quemas de muñecos y basura, había gran cantidad de restos de pirotécnicos y alguna que otra cosa tirada por allí.
Sin embargo también pudimos encontrar un espectáculo lamentable, bajo un automóvil, escondido, pero con heridas recientes estaba un gato que seguramente había huido de su casa y es que las mascotas —perros, gatos y otros— sufren, debido a su gran capacidad auditiva, estas explosiones como si causaran, buscando un equivalente para nuestros oídos, el estruendo del dinamitero atentado de Tarata.
Pero no solo los animales domésticos sufren, al fin y al cabo ellos están en nuestras casas —salvo que como el gato de marras hayan escapado asustados—, también padecen las aves, y ellas en peor medida. Además de un polluelo de tórtola que caminaba torpemente había dos palomas muertas, quién sabe si de un infarto o de un certero proyectil.
Qué hacer, así celebramos, sin que nos importen los demás...
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