Como si hubiese sido importado, al mejor estilo de Martha Moyano, desde aquella famosa isla descrita por Tomás Moro, se pretende aplicar un nuevo paquete de leyes para peatones imprudentes. Esta noticia, que en apariencia es alentadora —ya que se esgrime que serviría para regular el tránsito y que controlaría la forma cuando menos arriesgada de cruzar la calzada que tienen los ciudadanos de a pie— tiene poco asidero en un país en el que hay lugares donde sencillamente es imposible cruzar sin caminar medio kilómetro, cuando menos, para encontrar un semáforo.
Hace una semana quise ir a la Farmacia Universal en la cuadra 25 de la avenida La Marina. Grande fue mi sorpresa cuando bajé de la combi porque, aunque estaba al frente de la farmacia, la única forma de llegar hasta ella era caminar hasta Escardó (es decir unos doscientos metros) o hasta el semáforo de la antigua Feria del Hogar, ubicado algo más lejos. Vale decir que en esa zona, como en muchas otras, para poder cruzar uno tiene que hacerse cuando menos unos cuatrocientos metros a pie —y estoy siendo benévolo, eh— para poder llegar a un destino, que de haber un puente peatonal estaría allí nomás, y es que arriesgarse cerca de un puente es una animalada sin nombre.
De otro lado, y aunque estoy completamente de acuerdo con que se sancione a aquellos peatones que cruzan peor que las mascotas, hay que tener en cuenta que la aplicación de los castigos correrá por cuenta de los policías. Aquí hay varias cosas, por ejemplo que uno va a tener que esperar que el policía sea un hombre racional, porque si es un intransigente testarudo, que los hay, va a tener serios problemas a cada instante. De otro lado, si ya de por sí los ciudadanos andan algo reñidos con los policías debido a la mala fama que les han hecho algunos y muy ruidosos malos elementos, cabe preguntarse qué espera el gobierno que ocurra ahora. Es obvio que la relación entre viandantes y efectivos del orden se hará algo más tensa.
Esperemos que todo aquello no termine en un mar de «incentivos laborales» para las gaseositas.
Hace una semana quise ir a la Farmacia Universal en la cuadra 25 de la avenida La Marina. Grande fue mi sorpresa cuando bajé de la combi porque, aunque estaba al frente de la farmacia, la única forma de llegar hasta ella era caminar hasta Escardó (es decir unos doscientos metros) o hasta el semáforo de la antigua Feria del Hogar, ubicado algo más lejos. Vale decir que en esa zona, como en muchas otras, para poder cruzar uno tiene que hacerse cuando menos unos cuatrocientos metros a pie —y estoy siendo benévolo, eh— para poder llegar a un destino, que de haber un puente peatonal estaría allí nomás, y es que arriesgarse cerca de un puente es una animalada sin nombre.
De otro lado, y aunque estoy completamente de acuerdo con que se sancione a aquellos peatones que cruzan peor que las mascotas, hay que tener en cuenta que la aplicación de los castigos correrá por cuenta de los policías. Aquí hay varias cosas, por ejemplo que uno va a tener que esperar que el policía sea un hombre racional, porque si es un intransigente testarudo, que los hay, va a tener serios problemas a cada instante. De otro lado, si ya de por sí los ciudadanos andan algo reñidos con los policías debido a la mala fama que les han hecho algunos y muy ruidosos malos elementos, cabe preguntarse qué espera el gobierno que ocurra ahora. Es obvio que la relación entre viandantes y efectivos del orden se hará algo más tensa.
Esperemos que todo aquello no termine en un mar de «incentivos laborales» para las gaseositas.
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