lunes, 8 de marzo de 2010

¡Lapídenme, no me gusta Leonard Cohen!

De un tiempo a esta parte el nombre de Leonard Cohen se ha transformado en algo semejante a un tatuaje en la frente para identificar a quien tiene cultura, de manera tal que si usted no lo conoce o —como en mi caso—, lo ha escuchado, pero le parece un somnífero insufrible, entonces puede buscar a su pareja y postular al zoológico más cercano donde algún taxidermista lo catalogará de manera adecuada.

Hace unos días mientras trabajaba tuve la desgracia de soportar un especial de Cohen —por lo visto en sus letras, buena inspiración tiene para eso, pero no para cantar, ni para romper la monotonía martilleante de su voz— en el programa de Mabela Martínez (algo así como la abanderada de lo que es culturoso en el Perú). El resultado fue que terminé cabeceando en mis horas de trabajo.

Fuera de su extenso cuello de tortuga poco hay de ameno en Leonard Cohen y bien podría pasar por un viejito simpaticón que le canta a sus nietos con el fin de que se duerman —o desmayen— en las frías noches, pero el asunto que me causa extrañeza es esa ola que arrastra a propios y extraños, para metérseles por las orejas e inundarles el cerebro —en una verdadera lavada de cerebro con agua salina, que como sabemos produce las peores locuras— con el fin de hacerlos repetir al unísono.

“Leonard Cohen es un maestro, ergo soy socialmente apto”.

Lo curioso del caso es que Cohen —al que le guste su música por libre decisión y no inducido por lo que piensan otros, bien por él, puede que sea adicto a los tranquilizantes, es libre de eso— ha venido a ser como una ola que viene detrás de la Trova para identificar a quien "tiene neuronas" ¿Quién que quiera ser aceptado se atreve a decir que es libre de que Silvio Rodríguez lo aburra hasta el tuétano? ¿quién se resistirá a ser arrastrado por esa corriente de nombres como Cohen, Páez, Rodríguez, Sosa? ¿Quién puede decir si es que le gusta el rock, el metal o la tecnocumbia?

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