martes, 23 de marzo de 2010

La Maratón y el legado de Abebe Bikila

Nacido en Etiopía el 7 de agosto de 1932—aunque bien pudo haber sido en Atenas durante el siglo VI aC donde se habría llamado Filípides—, Abebe Bikila fue un tipo que ha pasado a la historia por sus habilidades y capacidades increíbles para correr, es más, es probable que si Bikila, tras la batalla con los persas, hubiera debido correr los 42 kilómetros que separan a Atenas de Maratón para anunciar la victoria helénica, no solo no hubiera muerto como el héroe griego, sino que ipso facto habría regresado trotando al campo de batalla para seguir en los festejos.

Y es que Bikila no sólo fue ganador de dos medallas de oro (Roma 1960 y Tokio 1964), además de eso fue un innovador en lo que a ahorro de energía y técnica para correr largas distancias se refiere (ver video).

Cuentan los testigos de la época, que para las olimpiadas de 1960 Bikila llegó como un perfecto desconocido y que, tras ver su físico esmirriado y casi tísico, los otros atletas hicieron una chanchita para invitarle un plato de comida. Y Abebe, que aunque su nombre parece decir lo contrario, no bebía ni una gota de alcohol, entrenó esa tarde con una performance tal, que dejó boquiabiertos a propios y extraños.



El día de la maratón, Abebe empezó a correr con su peculiar estilo —que es el que se usa hoy en día, y sirvió para revolucionar su disciplina, como lo hiciera un poco después en salto alto Dick Fosbury—, iba sin zapatillas, a pie descalzo, por cierto, y, mientras dejaba atrás a sus adversarios con una facilidad impresionante, se desplazaba con tal ligereza que parecía que había sacado a pasear al perro pekinés al parque. Ya por los 30 kilómetros cuentan que Abebe bostezaba y pedía un periódico para aprovechar de enterarse de las noticias locales.

El asunto es que, tras llegar a la línea de meta en el Arco de Constantino en la Vía Apia y dar una vuelta de reconocimiento, el bueno de Abebe —muy humilde él— se dedicó a hacer ejercicios como para demostrar que tenía físico como para correr de vuelta al punto de partida.

Otro tanto hizo este caballero en Tokio, donde a media carrera Bikila iba como a 400 metros de su más cercano y extenuado perseguidor, y este único y suicida atleta que quiso seguirle el ritmo acabó en el hospital de la solidaridad nipón pidiéndole al alcalde de Tokio —una suerte de Castañeda sordomudo— que le consiguiera un balón de oxígeno o una lápida. Quiso luego repetir su hazaña en México, pero su corazón de la sabana africana casi sufre una pataleta de padre y señor mío con la serranía mexicana y, con el dolor de su alma —y de su pecho, también—, Abebe tuvo que abandonar al grito de ¡Auxilio!

Quiso él reivindicarse y correr en 1972. tras su humillante derrota en México, Bikila entrenó desde el día siguiente a su derrota, ya con miras a los próximos juegos olímpicos. Cuentan que había prometido saltar soga desde el kilómetro 40, tomarse un cafecito en el 41,bailarse una rumba en el 42 y que, tras celebrar su victoria con unos cientos de planchitas y abdominales, regresaría trotando a la pista para ir arengando a los rezagados, pero su propósito —quizá delirio o sueño de opio— quedó trunco, porque un accidente automovilístico lo dejó postrado y paralizado de la cintura para abajo.

Imposibilitado de correr y hasta de caminar, Abebe Bikila se secó como una planta sin raíz y unos años después murió. Eso sí, dejó un interesante legado y el estadio de su país, en la capital Adis Abeba, lleva su nombre.
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Esta nota la escribí tras ver a diario a uno de aquellos deportistas que dan vueltas por el parque cerca de mi casa, un gordito de ojos saltones (o saltados, por estar al borde del colapso), como de rana, que respira como asmático y sacude los brazos como epiléptico en crisis mientras corre, en suma un pobre infeliz que por buscar la salud perfecta corre día a día sin la menor técnica y que, en su ignorancia supina, está destrozando a cada paso su atormentado corazón.

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