Muchas veces hemos escuchado a personas mayores decir que ahora los carnavales son una atrocidad —y claro que lo son—, que distan mucho de aquellos carnavales señoriales de antaño en los que los limeños y limeñas salían a untarse talco y lociones perfumadas que eran lanzadas por los famosos “chisguetes” —causantes de más de una explosión por el éter contenido—. “¡Ah, maravillosos tiempos, con calezas y reinas!”, me dice con mucha nostalgia un ancianito dicharachero de aquellos con los que a veces converso en el bulevar de Magdalena.
Y así me alejo de allí recordando algo que escribió Manuel Atanasio Fuentes en sus “Aletazos del Murciélago” sobre los carnavales de nuestra ciudad:
“Quién se atreverá a reclamar, ni para qué perder el tiempo en hacerlo, contra el horrible Carnaval de Lima? ¿Quién, repito, en un pueblo donde el bello sexo (se entiende con las excepciones a que hay lugar) se divierte en echar por los balcones agua puerca o limpia sobre un desgraciado transeúnte?”
Y luego sigue diciendo:
“¿Quién se atrevería, por fin, a llamar la atención de las autoridades solicitando la extinción de un juego bárbaro, bárbaramente practicado?”
Qué les parece. Eso escribía en 1866 el popular “Murciélago” y aun añadía que turbas de personas atacaban con agua de acequias a cuanto congénere vieran andando por las calles, que las palabrotas iban y venían y que en esta ciudad de locos la mejor opción de carnaval era recluirse como un monje ermitaño en algún recoveco.
Con una dosis mayor de violencia, el carnaval limeño continúa siendo jugado hoy en día por los tataranietos de aquellas personas innobles de las que hace mención el buen Atanasio Fuentes. Y hoy, como antaño es bueno esconderse hasta que las turbas dejen de lanzarse fluidos —decir “agua” es un poco muy optimista— y perseguirse para manosear mujeres y asaltar a hombres.
Es por eso que hoy como ayer —aunque mi amigo el ancianito crea que el pasado fue en definitiva mejor—, sigue vigente con una fuerza inusitada aquella pregunta de Atanasio Fuentes:
¿Se atreverán las autoridades a solicitar la extinción de un juego bárbaro, bárbaramente jugado?
Y así me alejo de allí recordando algo que escribió Manuel Atanasio Fuentes en sus “Aletazos del Murciélago” sobre los carnavales de nuestra ciudad:
“Quién se atreverá a reclamar, ni para qué perder el tiempo en hacerlo, contra el horrible Carnaval de Lima? ¿Quién, repito, en un pueblo donde el bello sexo (se entiende con las excepciones a que hay lugar) se divierte en echar por los balcones agua puerca o limpia sobre un desgraciado transeúnte?”
Y luego sigue diciendo:
“¿Quién se atrevería, por fin, a llamar la atención de las autoridades solicitando la extinción de un juego bárbaro, bárbaramente practicado?”
Qué les parece. Eso escribía en 1866 el popular “Murciélago” y aun añadía que turbas de personas atacaban con agua de acequias a cuanto congénere vieran andando por las calles, que las palabrotas iban y venían y que en esta ciudad de locos la mejor opción de carnaval era recluirse como un monje ermitaño en algún recoveco.
Con una dosis mayor de violencia, el carnaval limeño continúa siendo jugado hoy en día por los tataranietos de aquellas personas innobles de las que hace mención el buen Atanasio Fuentes. Y hoy, como antaño es bueno esconderse hasta que las turbas dejen de lanzarse fluidos —decir “agua” es un poco muy optimista— y perseguirse para manosear mujeres y asaltar a hombres.
Es por eso que hoy como ayer —aunque mi amigo el ancianito crea que el pasado fue en definitiva mejor—, sigue vigente con una fuerza inusitada aquella pregunta de Atanasio Fuentes:
¿Se atreverán las autoridades a solicitar la extinción de un juego bárbaro, bárbaramente jugado?
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El texto completo sobre los carnavales aparece en: Jorge Cornejo Polar El Costumbrismo en el Perú. Ediciones Copé Lima 2001
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