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A nadie de habla hispana que esté en su sano juicio se le ocurriría ponerle como nombre “Pepe”, “Pancho” o “Lucho” a sus hijos —al menos no a mí y creo que tampoco a usted—, ya que todos sabemos que son algo como abreviaturas de los verdaderos nombres, a saber: José, Francisco y Luis. Esta suerte de abreviaturas aceptadas de consuno por los grupos sociales y que se usan en un contexto de familiaridad y apapachamiento son los llamados hipocorísticos o simplemente sobrenombres “de cariño”. Hay muchos —de hecho esta disquisición aparece tras una conversación con una amiga llamada Graciela que recusaba el ser llamada “Chela”— y muy variados. Sin embargo, la incursión de nombres foráneos ha generado toda una amplia gama de “Pepes” y “Panchos” sajónicos que linda con lo espeluznante.
¿Quién no ha conocido algún Johnny en su trajinar por la vida? Johnny, hipocorístico de John, es el equivalente a un buen “Juancho” en español. Pero si esto parece estrambótico —¿le pondría “Juancho” a su hijo?—, habría que sumar y sumar a la larga lista peculiares nombrecillos como: “Tony” (Anthony), “Freddy” (Alfred), “Willy” (William), “Bobby” (Robert) y otros afines que pululan con la mayor naturalidad por nuestras calles en lo que se constituye casi en un circo nominal ampliado.
Mientras los dejo pensando en estas cuestiones voy a hablar un rato ("chatear", le dicen) con mi amigo Cucho Doppler de los Estados Unidos. ¡Habrase visto!
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