jueves, 19 de noviembre de 2009

Sobre espías y espiados


En un día a día cargado de chauvinismos, de espías que no lo son y de otros que niegan serlo pero que son verdaderos espías, en un tiempo en el que la gente quiere negar una verdad más grande que el Océano Pacífico como es aquella de que todos los países se espían entre sí —tal y como lo hacen las empresas y las viejas chismosas del barrio— porque así son las relaciones internacionales y el que crea que no, le preguntamos ¿por qué cree que EE UU gastaría tanto dinero en crear aviones que burlan radares, en satélites que pueden captar hasta a una hormiga desde lo alto del cielo? No seamos inocentes, ni nos rasguemos las vestiduras por lo que dijo el canciller boliviano Hugo Fernández:

"Hay que tener en cuenta que (el espionaje) es una actividad normal de los Estados, lo que pasa es que no hay que dejarse pescar (atrapar), el que se deja pescar es el que “paga el pato” (sufre las consecuencias)”, arguyó.

Lo escandaloso aquí no es lo que dijo, sino por qué lo dijo. Esos son secretos a voces, cosas que la gente común y silvestre —como usted y como yo— no tiene por qué saber, que eso pasa, ya que así se protege nuestras mentes, la cosa es que creamos que estamos seguros dentro de nuestros límites patrios, como si cerráramos la puerta de nuestras casas para aislarnos del resto y decir “esto es mio”, porque sino es la paranoia la que se mete en nuestras casas y cerebros se aloja allí para dejarnos más locos que ese personaje de ficción llamado Rambo, que se peleaba hasta con su sombra nariguda.

No, el problema no es que te espíen, sino que no te dejes espiar, y menos que uno de los tuyos se venda de manera tan miserable por unos mendrugos. Lo que todos se preguntan es ¿Cómo se filtró la información?

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