Bueno y hoy he estado recordando. Ayer estuve hablando con mi amigo César de M, más conocido por estos lares como la Pulga Sanmarquina y ambos evocábamos aquel tiempo en el que llevábamos cursos en San Marcos, y es que ahora vamos en días distintos, ya sin coincidir en tiempo y espacio.
—Es como en las clases de Lingüística —escribe César en el Messenger— ¿las recuerda usted? Cuando no podíamos sentarnos juntos.
Siempre me ha resultado curioso este trato de usted que nos tenemos con los amigos más cercanos, un usted que no separa, un usted amical que no es sino un tú enmascarado.
—Claro que las recuerdo —le digo— aunque en verdad fue una sola clase.
Y claro que sí, fue una sola clase, porque el profesor, al que para ocultar su verdadera identidad y evitar herir sus susceptibilidades —al maestro con cariño—, daremos en llamar con el ficticio nombre de “Desedereo”. Y es que un día yo cometí una falta gravísima para un alumno de la facultad de Educación, le dije que no estaba de acuerdo con él y que creía que estaba equivocado y Desedereo, herido en su amor propio me colocó en la carpeta de indeseables que había creado en su disco duro mental. Y así empezó una relación de respeto y cariño de maestro a discípulo que incluyó frases de él como “Se hacé lee usté sos alumnos se van a quedar dormedos”, a lo que yo respondí con un tranquilo “Bueno, no se preocupe, si se duermen los despertaré”.
El asunto fue que un día, porque para suerte mía —y estimo que suya— me matriculé en uno de sus cursos, y en una de esas situaciones que tiene la vida me encontré con César que me confió que llevaba el mismo curso en las mañanas y yo, muy contento le dije que me iba a pasar a su salón de clases.
Esa misma tarde hablé con Desedereo y el profesor —con quien ya había hecho las paces— tuvo a bien aceptar la propuesta “No hae problema Robles, pásese a la mañana, nomás”, me dijo él. Y así fue que entré a un aula atiborrada de alumnos en la que tuve que buscar con la mirada hasta que hallé al fondo, medio escondida a mi Pulguesca amistad. Ahí empezaron los problemas.
No pasaron más de cinco minutos cuando Desedereo nos llamó diciendo: “Robles, Márquez, vengan más adelante”, y nos conminó a sentarnos en la desértica primera carpeta, en la que nadie quería estar ubicado. Y lo vi molesto a Desedereo, y se puso más molesto cuando intento hablar en inglés y César casi se orina de risa, y ambos preguntándonos si acaso Desedereo sabía que un buen día alguien inventó la letra “i” y él hablando sin pelos en la lengua para decir cosas como: ¿Jau ar yu, ar yu faen? Y él que nos lanzaba miradas viscerales y al final de la clase yo, algo inocente me acerco a decirle que bueno, que ya él me había dado pase libre a la mañana, que me diera por incluido en ese salón, cosa a la que él respondió con un seco “No se puede, quédese en so salón de la tarde”.
Y así fue que me acerqué a César y le conté que Desedereo sencillamente me detestaba, a lo que César respondió con una carcajada de aquellas que solíamos lanzar cuando nos acordábamos de alguna frase jocosa y me contestó arguyendo que a él también lo odiaba y más, porque alguna vez el buen profesor creyó que César iba a ser su yerno… Pero esa es otra historia y mejor la cuenta él.
—Es como en las clases de Lingüística —escribe César en el Messenger— ¿las recuerda usted? Cuando no podíamos sentarnos juntos.
Siempre me ha resultado curioso este trato de usted que nos tenemos con los amigos más cercanos, un usted que no separa, un usted amical que no es sino un tú enmascarado.
—Claro que las recuerdo —le digo— aunque en verdad fue una sola clase.
Y claro que sí, fue una sola clase, porque el profesor, al que para ocultar su verdadera identidad y evitar herir sus susceptibilidades —al maestro con cariño—, daremos en llamar con el ficticio nombre de “Desedereo”. Y es que un día yo cometí una falta gravísima para un alumno de la facultad de Educación, le dije que no estaba de acuerdo con él y que creía que estaba equivocado y Desedereo, herido en su amor propio me colocó en la carpeta de indeseables que había creado en su disco duro mental. Y así empezó una relación de respeto y cariño de maestro a discípulo que incluyó frases de él como “Se hacé lee usté sos alumnos se van a quedar dormedos”, a lo que yo respondí con un tranquilo “Bueno, no se preocupe, si se duermen los despertaré”.
El asunto fue que un día, porque para suerte mía —y estimo que suya— me matriculé en uno de sus cursos, y en una de esas situaciones que tiene la vida me encontré con César que me confió que llevaba el mismo curso en las mañanas y yo, muy contento le dije que me iba a pasar a su salón de clases.
Esa misma tarde hablé con Desedereo y el profesor —con quien ya había hecho las paces— tuvo a bien aceptar la propuesta “No hae problema Robles, pásese a la mañana, nomás”, me dijo él. Y así fue que entré a un aula atiborrada de alumnos en la que tuve que buscar con la mirada hasta que hallé al fondo, medio escondida a mi Pulguesca amistad. Ahí empezaron los problemas.
No pasaron más de cinco minutos cuando Desedereo nos llamó diciendo: “Robles, Márquez, vengan más adelante”, y nos conminó a sentarnos en la desértica primera carpeta, en la que nadie quería estar ubicado. Y lo vi molesto a Desedereo, y se puso más molesto cuando intento hablar en inglés y César casi se orina de risa, y ambos preguntándonos si acaso Desedereo sabía que un buen día alguien inventó la letra “i” y él hablando sin pelos en la lengua para decir cosas como: ¿Jau ar yu, ar yu faen? Y él que nos lanzaba miradas viscerales y al final de la clase yo, algo inocente me acerco a decirle que bueno, que ya él me había dado pase libre a la mañana, que me diera por incluido en ese salón, cosa a la que él respondió con un seco “No se puede, quédese en so salón de la tarde”.
Y así fue que me acerqué a César y le conté que Desedereo sencillamente me detestaba, a lo que César respondió con una carcajada de aquellas que solíamos lanzar cuando nos acordábamos de alguna frase jocosa y me contestó arguyendo que a él también lo odiaba y más, porque alguna vez el buen profesor creyó que César iba a ser su yerno… Pero esa es otra historia y mejor la cuenta él.
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