martes, 26 de agosto de 2008

Amor y celos en la literatura.

Gabriel García Marquez, Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, José Donoso y Muñoz Suaz

Puede que haya amor sin celos, pero sin celos no hay literatura, dijo alguna vez el narrador chileno Jorge Edwards.


Esta ingeniosa frase contiene un sumun de verdades intrínsecas no solo a la literatura, sino a la cultura occidental -expresada claro está, en la literatura- como forma de existencia. Y es que el amor, en la literatura está asociado al fracaso, a la frustración y al dolor. Sino duele no es amor, pareciera ser la máxima que los lectores buscan. ¿Quién en su sano juicio leería una novela plagada de momentos felices? ¿Qué señora sentada en una silla dedicaría las horas de su tarde a ver programas que no tengan más problemas que una paloma volando hacia un huracán?


Fuera del escándalo -al igual que Dios, el público no tolera el escándalo-, toda obra requiere de momentos ásperos, de tensiones de posibles o verdaderas rupturas. El sufrimiento es consumido con avidez. Pero nadie quiere leer la historia de dos personas que se llevan bien, que tienen una vida cotidiana. Las historias de amor o desamor -que desde cierta éptica es lo mismo-, predilectas son las de Otelo, cegado por los celos, Romeo y Julieta, dos adolescentes imprudentes y temerarios que se suicidan en nombre de un amor imposible. El Quijote es un canto trágico al amor, un pobre loco enamorado de sus ideales, de sus sueños, Doña Bárbara es el amor de una mujer que no cree que pueda enamorarse, El Túnel es el amor descontrolado de un loco paranoico y celoso. rayuela un canto de amor a la Maga que se pierde en el tiempo, lejana. El extranjero de Camus es la historia de un hombre que no siente nada, ni siquiera amor, eso ya es per se amor en ausencia.


Donde miremos encontramos amores frustrados, tortuosos y lastimeros. Lo que no eocntramos, como muy bien dice Edwards es el amor sin celos, quizá exista, pero a nadie le interesa leerlo, aunque todos quieren vivirlo. Como había notado Aristóteles hace cientos de años, el hombre disfruta viendo estas cosas, porque así aprende, sin necesidad de que le ocurran.

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