lunes, 25 de agosto de 2008

La muerte en Venecia - el oneroso peso de ser civilizado

La muerte en Venecia es una de esas contadas obras de Thomas Mann que se caracterizan por su genialidad y su brevedad. La brevedad la diferencia de obras colosales y minuciosas en extremo, como La Montaña mágica. Aquí me interesa hablar de La Muerte... porque es una de mis novelas favoritas, tal y como Mann es uno de mis escritores favoritos.
Pues bien, es esta la historia de Gustavo von Aschebach un hombre maduro cansado y aquejumbrado por males que va a Venecia, lugar donde de alguna manera encuentra su destino. No es mi intención contar el argumento -eso me aburre- sino divagar algo acerca de la novela.

Vista de manera superficial, La muerte en Venecia podría ser vista como la historia de un hombre viejo y viudo, que a la vejez se da cuenta de su homosexualidad al enamorarse de un jovencito llamado Tadrio. Sin embargo, tras una lectura es claro que este sencillo marco no basta para encajar la obra. Muchas cosas quedan fuera, hay un trasfondo evidenciable e ineludible.

Siempre he creído que ser civilizado equivale a ser domesticado. Decía Thomas Hobbes, hablando del egoísmo humano que él -el egoísmo- es connatural al hombre, pero que, para poder vivir en sociedad el hombre debe renunciar a ciertas libertades y que, es ahí cuando se crea ese gran hombre de libertades colectivas que es el Leviatán.

Más allá del Leviatán, aquí me interesa hablar de las libertades perdidas, según veo el asunto, es claro que alguien que ha cedido libertades puede llegar a tender a ellas.


Aschenbach y las libertades perdidas
De acuerdo a como veo las cosas, la lectura más precisa sobre esta obra sería aquella en la que Aschenbach contempla a Tadrio, no por Tadrio mismo, sino porque en él se han objetivizado las libertades cedidas. Tadrio representa lo que él dejó de ser.

Entre la disciplina férrea y la libertad
Para hacer una buena comparación podemos empezar por recordar cómo describe Mann a Aschebach. El viejo hombre es un hombre metódico y disciplinado. Es la suya una disciplina autoimpuesta.

Del otro lado tenemos a Tadrio, un muchacho caprichoso al que le permiten hacer lo que quiera, lleva el cabello largo y los rizos desparramados por la testa.

Aschenbach disfruta viendo cómo el chico se da el lujo de levantarse luego que sus hermanas, y disfruta verlo caminar despreocupadfamente con cierta altanería. Yo creo que lo que está viendo no es una amor a un niño, sino la objetivización de las cosas que dejó de ser. Yo, por eso no dejo de leer esta novela como un canto a la libertad.

1 comentario:

  1. Hola, leí esta obra hace muchos años, y creo que tu vision acerca de ella es acertada y presisa.
    Te felicito por todo lo que tienes escrito, eso demuestra que nunca terminamos de asombrarnos con lo que encontramos.
    Te invito a ver mi blog y yo, reciprocamente leere el tuyo con mucho agrado.
    Un gran saludo y felicitaciones nuevamente.
    Mythos

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