domingo, 6 de abril de 2008

Círculos


Ha dado una vuelta más alrededor de la mesa, bordeándola y recorriendo toda la circunferencia con sus pasos menudos y constantes. Lula, como de costumbre, la observa a través de sus ojos perrunos, la observa echada desde esa suerte de rosca canina en la que se envuelve para tolerar el frío, la mira tan solo para evitar que le pise la cola o se tropiece con ella. La mira unos segundos, ya acostumbrada a ver esas vueltas casi eternas y luego vuelve a enterrar su hocico entre las patas con tanta gracia, que a veces parece que estuviera cruzándose de brazos.

Ya no me extraña el hecho de que Vania camine en círculos, lo que me extraña es que he notado últimamente que todos sus pasos los da en sentido horario.
A veces ella camina en torno a algún objeto (el bolso de mano que le regalé, la mesa o alguna silla); pero en otras ocasiones camina en torno a la nada, a cosas que creo que imagina y que bordea, pero siempre en sentido horario y en círculos casi perfectos. Nunca la he visto formando una figura poligonal, aún cuando camine al rededor de la mesita de centro que es rectangular– solo en círculos, quizá en un elipsoide que no logro captar. Cuando la llevo a la calle debo forzarla a caminar en línea recta, jalándola de la mano, forcejeando contra su voluntad, a regañadientes; pero al volver a casa vuelve a su cíclica rutina de círculos.

Por las tardes, cuando puedo sentarme a hacer algo, la observo y le hablo. Me escucha atenta y cuando parece que me está entendiendo empieza a recorrer su largo camino de minutero, alterando algunos instantes a Lula, balbuceando murmullos incomprensibles que son como intentos de palabras, como canciones que uno tararea sin recordar la letra.

Cuando salgo a la calle y camino ese laberinto de líneas rectas y ángulos multitudinarios, pienso en Vania y sus pequeños círculos, en ella y sus dedos ágiles como gimnastas, en ella y sus canciones desconocidas. Comparo su universo circular, incompatible con ese otro mundo poligonal, plagado de calles rectas, esquinas, automóviles y toda esa basura urbana a la que tan acostumbrados estamos los animales urbanos. En ese momento me pregunto por qué tenemos esa insidiosa tendencia a poligonizar nuestro entorno a encerrarnos y enterrarnos entre esquinas y lados. Me pregunto por qué abandonamos nuestro universo circular del que solo somos conscientes si es que alguna vez lo tuvimos, por la forma del sol y la luna y finalmente me pregunto tantas cosas que termino pensando que a lo mejor las formas no son como son, sino que son como están en nuestras mentes.

Vuelvo a ver a Vania caminando. Lula se despereza y mueve una oreja atenta. Me pregunto si Vania sabe que un círculo puede ser infinito y que cualquier punto puede ser el primero y el último. Mis ojos de madre la ven caminar una y otra vez. No me canso de verla. Sé que mientras tejo una chompa ella hará algunos círculos más, canturreando canciones desconocidas. Lula volverá a dormirse o acaso a fingir que duerme, acurrucándose despacio con los ojos apretados y las móviles orejas atentas a cualquier movimiento.