Decía Esther Vilar que la mujer domina -y casi domestica- al hombre dándole sexo como premio y que de esta manera, ella logra que él haga lo que ella quiere. Es claro que el esquema de la buena de Esther, se invierten los roles. El hombre, que en apariencia tiene el rol conductor, fuerte y protector no es otra cosa que el títere usado en provecho de la mujer. La mujer, en apariencia víctima, débil y torpe, no es otra cosa que una actriz, una actriz que manipula a su antojo, que utiliza la sutileza para esclavizar al hombre.
Un poco pensando en estas cosas, recordé haber oído alguna vez un argumento mujeril, que dice que los hombres actuamos movidos por un deseo sexual desbocado y casi irrefrenable y que bueno, eso nos animaliza más allá de lo posible. Del otro lado del asunto está la mujer, menos animalizada por el sexo, más centrada, capaz de disfrutarlo, pero no desesperada por conseguirlo.*
Luego de repasar en mi mente situaciones mías y de conocidos míos, me dije. Pero esta es la pura verdad, somos unos trogloditas en celo. Y no importa cuán intelectual crea uno que es, tiene un troglodita dentro. Cierta vez fui a un recital de poesía en el que poetas viejos y jóvenes departían en común histeria colectiva. Yo, había sido invitado por unos amigos que querían enseñarle sus textos al editor de un conocida revista. Me resultó harto curioso verlos empujándose el uno al otro para acercarse al individuo aquel.
Yo estaba un poco perdido en ese mundo que tenía tanto de cofradía, como una reunión de cargadores del señor de los milagros. Uno tras otro subían los aprendices de poetas y leían sus poemas. Pensé que debía requerirse mucho de valor, algo de locura y un poco de alcohol para salir y leer un poema ante tanto ebrio. Y es que un poema leído en voz alta es como una canción, que si está mal cantada puede ser espantosa y algunos de esos poetas escribírán bien, pero leen como yo o como mi sobrino panchito, que acaba de repetir el año escolar.
Pero mi tema inicial, era el de las mujeres y los hombres. Pues bien, en medio de esa alagarabía artística, donde más de un albatros aleteaba orgullosamente, esquivando flechas y acompañando barcos, hizo su aparición otra figura alada, un ángel del señor, una chica que bien podría haberse escapado de los mejores poemas que se habían leído.
Lo increible fue el efecto que produjo su presencia en el lugar, un revoloteo increible, un ir y venir de aullidos propios del mono aullador amazónico. Ni bien hubo pisado la entrada, desde numerosas mesas se alzaron brazos que la llamaban. Fue tal el alboroto que causó su presencia, que de un momento a otro ya estaba ella leyendo unos poemas en el escenario, ante la embobada mirada de su auditorio.
En este punto he de confesar que nunca he sido un gran lector de poemas y que si alguna vez he disfrutado alguno, ha sido de la manera más simple, por la pura y libre contemplación y que, valgan verdades, fuera de la belleza de la chica y de su voz, sus poemas no eran nada sensacionales (caso contrario al de algunos de los poetas que leían como Panchito). Sin embargo, tal fue el efecto que causó su presencia, que en un dos por tres, el editor de la revista ante el que minutos antes habían titubeado mis amigos, como adolescentes enamorados, ahora se deshacía en venias y honores, ofreciendo publicar el poema de la chica a cambio de un número telefónico.
Casi pude visualizar una fogata en medio del Yacana. Hombres cubiertos con pieles de animales danzaban en torno de su diosa y entonaban cánticos rituales -que llamaban poemas- para ganarse sus favores. Sin dudas la chica había vencido y su paso había sido un éxito, pero su rostro no mostraba la alegría que podría esperarse luego del triunfo obtenido.
Intuyo que ella sabía muy bien que el poema leído, el que trasciende, está más allá de todo acto corpóreo, que ese poema no depende de una cara bonita ni de una voz espléndida que lo lea y que si depende de algo es de sí mismo como obra de arte, ajeno a su autor. Y en su mirada triste creí ver que, se sentía como un ave que no puede enseñar a sus hijos a alimentarse solos, y su tristeza era la del ave que sabe a sus hijos condenados a la infame muerte, cuando no puedan volar el día que deba dejarlos libres, de cara al viento listos para un rotundo contrasuelazo.
---
*Esto de más o menos animal es un decir. Somos igual de animales, animales pensantes, como diría Alvaro Yunque. La diferencia radica en que por géneros, la actitud sexual es diferente aun en animales que no piensan.
Es muy cierto lo que mencionas en este articulo. Las mujeres siempre pensamos que somos superiores a los del sexo opuesto. Nosotras sabemos muy bien que si decimos algo o si brota una lagrima es para conseguir algo, haciendo pensar que los del sexo opuesto son lo maximo, pero en el fondo pensamos pobres tontos. Tambien es cierto que muchos hombres se dejan llevar por lo superficial sin ver el fondo. Ya sabes que las faltas ortograficas son por el teclado de EEUU. Clyde, Ohio.
ResponderEliminarEn realidad todo lo que has comentado se puede escribir única y exclusivemente en una frase: Los hombres sólo buscan el sexo y caen como animales en celo ante una protuberancia y nada más.
ResponderEliminarClaroo, es muyy cierto que nos dominan actuando!..
ResponderEliminarMe he dado cuenta muy recientemente que la respuesta del hombre, por no decir 'venganza' a ésta actitud, es nunca ser completamente de la propiedad de ellas. Demostrar que somos libres, en medida, pero libres!
Y NUNCA DEBEMOS RENUNCIAR A NUESTRAS ACTIVIDADES PERSONALES POR ELLAS.. (ésto a medida, me refiero a cuando hay solo noviazgo, es lo que me ha pasado). Supongo que en el matrimonio también se debe hacer visible ésto, aunque en otra forma.
Muyyy buen artículo, Ruben.
Coméntame algo, realmente la chica era espectacularmente hermosa para cautivar tanto al auditorio y hasta al mismo tipo de la revista??