sábado, 14 de marzo de 2015

Castañeda y el cavernícola, reflexiones en torno a una ciudad amarillenta

Hace muy poco el alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio, anunció que mandaría quitar todos los murales que la gestión anterior había dejado en las calles de la capital peruana, porque no van con el Centro Histórico. Mucho se ha hablado al respecto, se ha dicho, por ejemplo, que todo esto responde a una fijación demencial del “Mudo” respecto de su antecesora (Susana Villarán), que los murales habían sido pintados por un miembro de Movadef (grupo de filiación senderista) y que por tanto hacían apología del terrorismo (aunque es claro que no se podría, ni forzando las cosas al extremo, decir eso de todos los murales), y que algunas pinturas no eran realmente de muy buena factura (en cuyo caso, fungiendo de críticos de arte, lo mejor sería reemplazarlas por otras más adecuados y no pasarles pintura amarilla por encima). Más allá de estas situaciones, a las que no pretendo entrar a detallar aquí, lo cierto es que un grupo de la población concuerda con su elegido alcalde. Como alguien dijo, si Castañeda se atreve a pisotear la cultura es porque sabe (o intuye) que la cultura es muy poco importante para la mayoría de la población limeña, es decir, para sus votantes.

Puede ver la imagen original haciendo clic sobre el nombre del autor
En este contexto llegó a mi “muro” de Facebook una curiosa caricatura (ver imagen) que representa a un cavernícola reclamándole al alcalde limeño porque aquel (el burgomaestre), maliciosamente feliz, se divierte borrando sus pinturas rupestres. El autor, Karry Carrión,  a quien no tengo el gusto de conocer, como los grandes caricaturistas, ha captado algo que va más allá de la mera broma y que incluye el tema del cual quiero hablar, lo que en la mente de quienes apoyan a Castañeda  opone el “progreso”, lo “civilizado” y “utilitario”, de cosas “inútiles” como las cuestiones artísticas. 
está cubriendo sus  pinturas rupestres con su ya consabida y casi antipática pintura amarilla. El autor,

El artista, así visto, es ese cavernícola, un primitivo, y el alcalde la personificación del progreso. Ambos representan las dos caras de un juego de oposiciones, el ying y el yang, el “fracasado”, el “pobre diablo” artista que no es “productivo”, y el “hombre triunfador” que construye y trae el “amado progreso” a la ciudad. 

¿Qué importa, vistas así las cosas, que se borren unos murales, si luego se construyen unos puentes, pasos viales o alguna otra obra portentosa?

Así, mientras algunos creen ver una tragedia en actitudes matonescas contra el arte (no es casualidad que absolutamente todos los regímenes autoritarios lo primero que intentan controlar es el arte), un gran grupo de la población ve con indiferencia y casi con complacencia lo que hace el “Mudo”, como preguntándose: ¿Qué importan la historia y el arte si no son productivos? 

Maravillosa la caricatura.