Museo de Sitio Bodega y Quadra |
Pasear por el Centro de Lima es extraño, es como
estar en un compás de espera, como si se hubiera hecho un alto el fuego y la
guerra siguiera en los invisibles extramuros, marcados por las avenidas Grau, Tacna, Abancay y
el río Rímac (cada cual en su respectivo punto cardinal), y es así que uno
puede pasear recorriendo la historia en los magníficos museos conventuales, en las casonas coloniales, las plazas y plazuelas, y el recomendable Museo de Sitio Bodega y Quadra. Pero además de estos lugares, qué bueno es recorrer el Centro si uno
antes se ha informado un poco de la historia de la ciudad y trata de imaginar por dónde corrieron los
almagristas para matar a Pizarro, por dónde entró Piérola, por dónde sacaron a Leguía, dónde colgaron a los hermanos Gutiérrez y tantos hechos que nos cuentan los libros, porque en cada
rincón hay una historia escondida dispuesta a ser recreada y que como habitantes
de esta ciudad —hablar de limeños a estas alturas es un poco mucho— deberíamos de buscar y comunicar aquí y
allá.
Hace unos años Lima era un valle muy fértil,
lleno de naranjos y huertas, un valle que Fray Reginaldo de Lizárraga
(1540-1612), citado por Porras en Pequeña Antología de Lima, describía así:
Plaza Santa Ana, hoy llamada plaza Italia, repleta de árboles. |
El valle donde se fundó la ciudad de los Reyes,
llamado Rímac en lengua de los indios, sin hacer agravio á otro, es uno de los
buenos, y si dijera, uno de los mejores del mundo, muy ancho, abundante, de
muchas y muy buenas tierras, todas de riego, pobladas de chácaras, como las
llamamos en estas partes, que son heredades donde se da trigo, maíz, cebada,
viñas, olivares (á las aceitunas llamamos criollas; son las mejores del mundo),
camuesas, manzanas, ciruelas, peras, plátanos y otros árboles frutales de la
tierra, membrillos y granadas, tantos y tan buenos como los de Zahara.
Cierta vez leí en El Costumbrismo en el Perú,
de Jorge Cornejo Polar, una simpática semblanza del escritor y alcalde limeño
Federico Elguera (1869-1928), referida a los gallos de la ciudad. Empezaba él
diciendo:
No recuerdo ciudad, villa o aldea, en la que
canten los gallos como cantan en Lima…
Difícil imaginarse esa Lima llena de chacras e
incluso esta otra de gallos que cantaban a toda hora, porque los gallos que
enloquecían a Elguera eran una nueva generación de gallos despertados por el
reciente alumbrado público, gallos a los que —como dice Sabato—, les habían
robado la noche y que contra su voluntad que se desgañitaban en largas cantatas
capaces de enloquecer a los visitantes que trataban de conciliar el sueño.
Valga este articulito para hablar algo acerca de su
autor. Federico Elguera fue alcalde de Lima, escritor y periodista. Vivió entre
1860 y 1928 y durante sus años mozos se unió a la defensa de Lima ante la
invasión de las tropas chilenas en la Guerra con Chile.
Tiempos violentos los que le tocaron vivir a este
caballero, plasmados en pasajes como este:
Con la esperanza de acostumbrarse, todo se soporta
en el Perú.
Y ahora en que lugares como la plaza Italia —antes
llamada plaza Santa Ana— que lucía frondosos árboles y ofrecía tranquilos
paseos, se han vuelto sitios peligrosos, y ahora que ya no se oyen gallos en
Lima, salvo los que «entona» mi amigo Lucho en los bares de la Plaza San Martín,
podemos recordar que hubo un tiempo en que las aves de corral y las plantas no
eran raras en Lima, entonces, cuando en lo que ahora es la avenida Abancay se
cultivaban geranios y cereales… Una historia que no deberíamos olvidar, aunque
sea para disfrutar más los paseos.
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Vía Facebook (link al costado) mi buen amigo Carlos Caballero me hacía recordar que además tenemos fuera de Lima, a tan solo tres horas hacia cualquier dirección, especialmente hacia los Andes, cerca de trescientos lugares por conocer, y que si a eso le sumamos las más de doscientas huacas (edificios de barro prehispánico) que poseemos, entonces la cosa es mucho más interesante.
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Vía Facebook (link al costado) mi buen amigo Carlos Caballero me hacía recordar que además tenemos fuera de Lima, a tan solo tres horas hacia cualquier dirección, especialmente hacia los Andes, cerca de trescientos lugares por conocer, y que si a eso le sumamos las más de doscientas huacas (edificios de barro prehispánico) que poseemos, entonces la cosa es mucho más interesante.