Historia de la Corrupción en el Perú |
Aunque aún no he tenido la suerte de leerlo, lo haré muy pronto, pues soy un convencido de que los corruptos obtienen una
victoria cada vez que un ciudadano asegura, muy molesto él, que no quiere saber
nada de política. Siempre ha sido la intención de quienes pretenden llegar al
poder para llenar sus arcas, que no haya quien los fiscalice, es claro,
mientras menos ojos los observen mucho mejor para el latrocinio.
Hace unos pocos días
causó revuelo en las redes sociales un comentario de Alfredo Bullard, en la que
aseguraba lo siguiente:
Mucha educación no es sinónimo de mejor situación. Robert Nozick[1] se
preguntaba por qué, por ejemplo, suele ocurrir que los intelectuales, la gente
vinculada a la actividad académica, y vinculada a la actividad artística suelen
tener una tendencia a rechazar ideas de mercado, es decir, suelen tener una tendencia
a ser más de izquierda, y la respuesta que Nozick da es: modelos educativos...
Este punto nos da tema para pensar y, sin ánimo de
echar más leña al fuego, resulta evidente que lo que él llama «tendencia a ser
más de izquierda» y rechazo a las ideas de mercado no implica ser de izquierda en el sentido partidario, y ni siquiera ideológico, simplemente implica tener una actitud
crítica hacia el mundo que a uno le rodea. El hombre ideal de Bullard y de los dueños de la actividad empresarial
—de los cuales aquel muchacho es solo un vocero demasiado sincero— es el que
sin cuestionar, sin dedicarse a pensar y buscar errores —vale decir sin cuestionar
su situación laboral— dice sí a todo y obedece sin cuestionamientos de ningún
orden, es un tipo semejante a la máquina a la que se le presionan un par de
botones y hace lo que le piden. Este ser superdotado para la actividad
empresarial es el famoso proactivo que piden los avisos de empleo.
Es claro que en la vida política, y visto que la
esfera de discursos se entrecruzan de manera casi infinita, el ciudadano de a pie se transforma en un
tipo que elige a sus gobernantes como quien tira una flecha hacia el bosque sin saber a dónde irá, y espera que ellos hagan todo sin cuestionar,
sin «estorbar». La democracia de elecciones: «¿puedes votar? Entonces vives en
una democracia, amén».
El lado que me parece más peligroso, sin embargo,
de los alcances de ese discurso «proactivo», es cuando llega a los intelectuales
—o a quienes deberían serlo—, que piensan que deben dedicarse a su ocupación por
amor al arte, porque es bonito hacerlo, pues, y alejarse de la «sucia política» que, como un rey Midas del mal,
todo lo que toca lo convierte en putrefacción manida. Esta suerte de
intelectual de Best Seller (hace poco tuve la mala suerte de ver un grupo de muchachos autodenominados iconoclastas y autores de literatura fantástica, que se declaraban ajenos a cuestiones políticas porque solo vivían para sí mismos y su arte), seguidor de Paulo Coelho es el verdadero gran
triunfo de los corruptos.
Leer, en este contexto una obra como esa, es casi un imperativo, aunque nos acerque a lo que tanto teme gente como Bullard, un ser crítico.
[1] Político
y pensador estadounidense de la Universidad de Harvard.
(2) Imagen «cortesía» de El Reportero de la Historia.
(2) Imagen «cortesía» de El Reportero de la Historia.