domingo, 30 de septiembre de 2012

Las correrías del Huáscar, los desiertos costeros y la incomunicabilidad del Perú antes de las carreteras

Foto de Miguel Grau antes de la Guerra del Pacífico
Para cualquiera que haya recorrido la costa peruana a través de la carretera Panamericana resultará claro que entre ciudad y ciudad no hay sino kilómetros y kilómetros de árido y hostil desierto. Producida por la ausencia de ríos generadores de valles, esta cualidad costeña hace que la posibilidad de comunicar una y otra ciudad a pie resulte casi imposible. Yendo en ómnibus de un lado a otro, a veces me pregunto cómo cruzarían los soldados del siglo XIX esos desiertos a pie, hambrientos y cargando armamento, cómo se hundirían los pesados cañones en las arenas y qué padecimientos los aquejarían. Aún a caballo ese tramo resultaría agotador, los ferrocarriles, que en la época de la Guerra con Chile ya funcionaban,  no tenían tramos completos y estaban en manos de los invasores. Ya podemos imaginarnos entonces los avatares que habrán tenido que pasar nuestros antepasados para trasladarse de un lugar a otro. En ese contexto, la gran forma de desplazarse era a través del mar, de ahí la importancia vital que tuvo durante la Guerra del Pacífico la captura del monitor Huáscar para la escuadra chilena.

Al cumplirse ciento treinta y tres años del combate de Angamos (aquel 8 de octubre de 1879 en el que, como sabemos, Grau murió luchando contra los grandes acorazados sureños), en este espacio quiero rememorar algunas cosas sobre un periodo que llegó a esperanzar a un pueblo carente de recursos, con todas las posibilidades en contra y cuyo destino pendía de un hilo: las correrías del Huáscar.

Tras declararse la Guerra del Pacífico el 5 de abril de 1879, por las razones antes expuestas acerca de la importancia que tenía el mar, tanto Perú como Chile dispusieron lo mejor de sus escuadras. El Perú contaba apenas con dos monitores de metal, comprados ambos durante el gobierno de Pezet (el monitor Huáscar fue fabricado en 1864 y la Independencia era de 1865) Chile, en tanto, poseía modernos blindados cuya coraza resultaba prácticamente impenetrable para las armas peruanas. La escuadra boliviana simplemente no existía. En esas condiciones y destruida la Independencia en el combate de Iquique (21 de mayo de 1879)[1], el monitor guiado por Miguel Grau, tuvo la escurridiza virtud de escaparse de sus colosales adversarios y entre junio y julio, establecer lo que era casi una guerra de guerrillas en la que acompañado por la corbeta unión incendia lanchas, capturaron embarcaciones y mantuvieron en zozobra a las fuerzas enemigas que no sabían dónde atacaría.

Este tiempo generó expectativas de triunfo en la gente, el pueblo comentaba las correrías del monitor. Grau fue elevado a contraalmirante luego del segundo combate de Antofagasta (28 de agosto de 1879). Cuenta la leyenda que en ese tiempo se le dejó de llamar chilena al baile de los costeños[2] y se le tildó de marinera, para simular los bailes que realizaba el monitor allá en el mar del sur y dejar, de paso, la idea de cercanía a la cueca chilena.

Todos los sueños acabaron con el combate de Angamos (8 de octubre de 1879)... Cosas de la guerra, el monitor, símbolo peruano, no solo no fue hundido, sino que se le utilizó para bombardear puertos peruanos y estuvo en el bloqueo y cañoneo contra el bastión de Arica defendido por Francisco Bolognesi. Al perder el Huáscar, el Perú vio cómo las distancias se hicieron eternas en el desierto costeño del Perú, como podía Chile desembarcar soldados aquí y allá casi sin hallar oposición y cómo nuestras defensas se deshacían como castillos de arena (una de las razones que explican que la defensa de Lima fuera en su mayor parte hecha con voluntarios civiles dispuestos a morir). Tantas cosas que, como decía al comienzo, a veces puede uno preguntarse mientras recorre la desértica franja costera.



[1] Combate en el que dicho sea de paso, las fuerzas chilenas tuvieron a su máximo héroe, Arturo Prat Chacón, quien prefiriendo el honor a rendirse, luchó desde un buque obsoleto y casi inservible, como era la Esmeralda, hasta entregar su vida, como lo hicieran luego Grau y Bolognesi por el bando peruano, todo por el honor. Conocida es la historia de la devolución de los objetos personales del difunto marino, así como la  carta que hizo Miguel Grau a la viuda de Prat, demostrando que como militar era esa su misión, lo que no incluía odios viscerales.
[2] Aporte de nuestro amigo Mikimakay, quien dijo:
«E
n realidad -al menos por mis lecturas sobre el tema- el baile era llamado popularmente 'chilena', y hasta 'ecuatoriana', hasta que el librepensador Abelardo Gamarra propuso el cambio como un homenaje a la Marina de Guerra (por Grau y el Huáscar) y para evitar la alusión al odiado enemigo de entonces...».