Hace unos días mientras paseaba por mi barrio, Magdalena del Mar, me topé con una feria del libro en la que se ofrecía La Grieta, una novela de Doris Lessing a un precio inalcanzable para mis exageradamente espaciosos bolsillos. Resulta claro que, de no haber ganado el Noble ni ellos hubieran ofrecido el libro, ni yo hubiera preguntado por él y que mucho menos habría estado cotizado en un precio tan alto.
Para muchos por estos lares el ganador del Premio Nobel de Literatura 2011, el sueco Tomas Tranströmer (Estocolmo 1931), era un ilustre desconocido —mucho más ilustre con el galardón obtenido, dicho sea de paso—, tanto así que un amigo me confesó medio en broma y medio en serio que para recordar su nombre había tenido que asociarlo en un primer momento a la palabreja «transformer».
Fuera de bromas y anécdotas resulta ingrato que cuando menos peculiar que desconozcamos a autores como Tranströmer o Doris Lessing, cuyas obras recién buscamos como aguja en un pajar al obtener un Premio Nobel.
Está claro que en vano busqué algún libro de él en una feria tan reducida como mi capacidad adquisitiva —de hecho prefeiro buscarlo allí que en internet, donde algún pícaro podría colgar un poema de Perico de los Palotes y atribuírselo a Tranströmer—, pero estoy seguro que en un par de años no será extraño verlo por ahí rondándonos. Entre tanto seguiremos leyendo en algunas publicaciones que desde la aparición de su primer poemario 17 poemas, Tomas Tranströmer ha sido considerado una referencia en cuanto a poesía escandinava y mundial. No cabe duda, es cierto aquello de que muchos hablan de los libros, pero son pocos los que los leen.
Mientras llegan sus libros, qué nos queda mientras tanto sino quitarnos el sombrero ante un poeta Nobel luego de 15 años.
Para muchos por estos lares el ganador del Premio Nobel de Literatura 2011, el sueco Tomas Tranströmer (Estocolmo 1931), era un ilustre desconocido —mucho más ilustre con el galardón obtenido, dicho sea de paso—, tanto así que un amigo me confesó medio en broma y medio en serio que para recordar su nombre había tenido que asociarlo en un primer momento a la palabreja «transformer».
Fuera de bromas y anécdotas resulta ingrato que cuando menos peculiar que desconozcamos a autores como Tranströmer o Doris Lessing, cuyas obras recién buscamos como aguja en un pajar al obtener un Premio Nobel.
Está claro que en vano busqué algún libro de él en una feria tan reducida como mi capacidad adquisitiva —de hecho prefeiro buscarlo allí que en internet, donde algún pícaro podría colgar un poema de Perico de los Palotes y atribuírselo a Tranströmer—, pero estoy seguro que en un par de años no será extraño verlo por ahí rondándonos. Entre tanto seguiremos leyendo en algunas publicaciones que desde la aparición de su primer poemario 17 poemas, Tomas Tranströmer ha sido considerado una referencia en cuanto a poesía escandinava y mundial. No cabe duda, es cierto aquello de que muchos hablan de los libros, pero son pocos los que los leen.
Mientras llegan sus libros, qué nos queda mientras tanto sino quitarnos el sombrero ante un poeta Nobel luego de 15 años.