Las principales agencias de noticias dan cuenta de la muerte del líder y fundador de Al Qaeda Osama Bin Laden a manos de fuerzas estadounidenses.
Fue el propio presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quién anunció el deceso del hasta hace poco escurridizo líder talibán. Según refirió Obama un grupo de militares asesinó a Bin Laden en Abottabad, Pakistán, y se hizo de el cadáver, prueba ierrfutable e indispensable para demostrar su muerte y evitar que algún video intente probar lo contrario. Esta noticia desató la algarabía —según informan las agencias— en varias ciudades de Estados Unidos.
Además de darnos cuenta que el país del Tío Sam, encabezado por su presidente, deberá de momificar a su enemigo público número uno y conservarlo como si se tratase de Amenhotep, saltan a la vista dos cosas. La primera de ellas es que Barack Obama se ha anotado un gol de media cancha de cara a su posible reelección —los patriotismos funcionan, sí—, la segunda es que ahora el embrollo puede ser peor y el asunto puede que hasta le salte a la cara al «bueno» de Obama y termine complicándole las cosas porque los seguidores de Al Qaeda no se cruzarán de brazos y es posible que desaten una serie de atentados en diversos lugares, y es que los fundamentalistas no son como los occidentales que se rinden sin un caudillo y no se dispersarán como palomas asustadas, de manera tal que tras las celebraciones en EEUU —y en otras partes de Occidente— habrá que estar cautos para ver qué se viene.
Fue el propio presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quién anunció el deceso del hasta hace poco escurridizo líder talibán. Según refirió Obama un grupo de militares asesinó a Bin Laden en Abottabad, Pakistán, y se hizo de el cadáver, prueba ierrfutable e indispensable para demostrar su muerte y evitar que algún video intente probar lo contrario. Esta noticia desató la algarabía —según informan las agencias— en varias ciudades de Estados Unidos.
Además de darnos cuenta que el país del Tío Sam, encabezado por su presidente, deberá de momificar a su enemigo público número uno y conservarlo como si se tratase de Amenhotep, saltan a la vista dos cosas. La primera de ellas es que Barack Obama se ha anotado un gol de media cancha de cara a su posible reelección —los patriotismos funcionan, sí—, la segunda es que ahora el embrollo puede ser peor y el asunto puede que hasta le salte a la cara al «bueno» de Obama y termine complicándole las cosas porque los seguidores de Al Qaeda no se cruzarán de brazos y es posible que desaten una serie de atentados en diversos lugares, y es que los fundamentalistas no son como los occidentales que se rinden sin un caudillo y no se dispersarán como palomas asustadas, de manera tal que tras las celebraciones en EEUU —y en otras partes de Occidente— habrá que estar cautos para ver qué se viene.