Las distintas formas de hacer humor que corresponden a distintas formas de concebir el mundo, culturalmente hablando, es decir. Aunque esto parece ser evidente, a veces pasa desapercibido hasta que enfrentamos a un público determinado con los humoristas de «otro bando» en cuestión.
Pero vayamos por el principio, mencioné a Quevedo, porque él ejemplifica aquella forma de hacer reír latina que consiste en reírse del otro, en la burla y el sarcasmo. «Érase un hombre a una nariz pegado, una nariz superlativa», algo de lo mismo vemos en «La vida del buscón Don Pablos». El humor que se basa en la pillería, el «vivo» haciendo «sonso» al otro o resaltando sus defectos es el que nos han heredado los españoles.
La gente por aquí acepta y aun parece disfrutar la burla en un contexto de familiaridad, el insulto, en un contexto amical, ve anulada su capacidad ofensiva, es así como en un grupo humano, a un individuo bajo de estatura le decimos cosas que deberían ofenderlo, como «chato», «pigmeo», «Tarzán de maceta» y otras semejantes, sin que el tipo resulte realmente ofendido. Otro tanto pasa con la lisura, que en un contexto de copertenencia grupal es anulada como ofensa (baste ver un grupo de muchachos diciéndose de todo sin la mínima ofensa para darse cuenta de aquello).
EL humor sajón es diferente, por lo general es un humor de situaciones, cuando uno ve uno de aquellos monólogos humorísticos que ellos denominan «Stand up comedy», por lo general el objeto de las burlas o bien es el mismo personaje o son situaciones, no es un humor basado tanto en hacer escarnio del otro.
La inclusión humorística entre nosotros
Sin embargo, si bien consideramos en este soliloquio (más loquio que soli), que la burla y aún el insulto fungen hasta cierto punto de integradores sociales, hay que reconocer que aquello tiene sus límites. El humor es concebido como un mecanismo efectivo, pero solo entre iguales.
Vayamos a ejemplos concretos, si Augusto Ferrando le decía «vieja» a Violeta o insinuaba que algo simiesco había en «Tribilín», esto el pueblo —que a la sazón había acogido en su seno al bueno de Augusto— lo celebraba porque consideraba todo aquello como un asunto de cierta familiaridad. El caso del «Negro Mama» o la «Paisana Jacinta» (personajes ellos, desde mi particular óptica, completamente denigrantes para con los grupos sociales representados), ven también anulada su capacidad denigratoria en un contexto de familiaridad. Aceptémoslo, «Los Chistosos», Carlos Álvarez o Jorge Benavides han sido aceptados por el pueblo. Entonces no es, como algunos han insinuado, que la gente no se da cuenta del insulto en sus representaciones, sino que esa capacidad de insultar ha sido, como ya dijimos, anulada en un contexto de copertenencia (para usar esta palabrita de Dilthey que tanto me gusta).
Trasgresión humorística
Pero no falta preguntarnos qué es lo que pasa cuando el que hace la broma no es del grupo. Imaginemos que un tipo se acerca a un grupo de adolescentes y, sin conocerlos, les suelta de buenas a primeras una palabrota de aquellas que segundos antes se han estado diciendo entre sí. Como es lógico, seguramente arderá Troya en ese lugar.
Algo de eso fue lo que ocurrió en un momento desafortunado, que recién comento, cuando Renzo Schüller y Jimena Lindo bromearon durante unos segundos en un programa de televisión («Mesa de Noche»), y dijeron que Magaly Solier y otra persona estarían en Cannes vendiendo Chompas o chullos.
A cualquiera que se detenga dos segundos a pensar, le será claro que vistos objetivamente los casos, el «Negro Mama» o la «Paisana Jacinta» con cuatrocientos millones de veces más insultantes que aquellos segundos de conversación descerebrada entre Lindo y Schüller (porque la otra conductora, Denise Arregui, tuvo la decencia de no prestarse a la chacota adolescente de sus colegas). Lo que ocurre es que ambos personajes nunca fueron aceptados por el pueblo como sus iguales, nadie en Villa María del Triunfo los ve como sus iguales, cosa que sí ocurre con Jorge Benavides o Álvarez o cualquiera de esos comediantes que basan su humor en la grosería, la burla y el insulto (¿acaso no es cierto?).
Entonces, simple y llanamente hemos sido testigos de este fenómeno que hace que viniendo «desde fuera», el insulto recupere su capacidad de diatriba, de ofensa y toque las fibras más sensibles, ni más ni menos.
Pero vayamos por el principio, mencioné a Quevedo, porque él ejemplifica aquella forma de hacer reír latina que consiste en reírse del otro, en la burla y el sarcasmo. «Érase un hombre a una nariz pegado, una nariz superlativa», algo de lo mismo vemos en «La vida del buscón Don Pablos». El humor que se basa en la pillería, el «vivo» haciendo «sonso» al otro o resaltando sus defectos es el que nos han heredado los españoles.
La gente por aquí acepta y aun parece disfrutar la burla en un contexto de familiaridad, el insulto, en un contexto amical, ve anulada su capacidad ofensiva, es así como en un grupo humano, a un individuo bajo de estatura le decimos cosas que deberían ofenderlo, como «chato», «pigmeo», «Tarzán de maceta» y otras semejantes, sin que el tipo resulte realmente ofendido. Otro tanto pasa con la lisura, que en un contexto de copertenencia grupal es anulada como ofensa (baste ver un grupo de muchachos diciéndose de todo sin la mínima ofensa para darse cuenta de aquello).
EL humor sajón es diferente, por lo general es un humor de situaciones, cuando uno ve uno de aquellos monólogos humorísticos que ellos denominan «Stand up comedy», por lo general el objeto de las burlas o bien es el mismo personaje o son situaciones, no es un humor basado tanto en hacer escarnio del otro.
La inclusión humorística entre nosotros
Sin embargo, si bien consideramos en este soliloquio (más loquio que soli), que la burla y aún el insulto fungen hasta cierto punto de integradores sociales, hay que reconocer que aquello tiene sus límites. El humor es concebido como un mecanismo efectivo, pero solo entre iguales.
Vayamos a ejemplos concretos, si Augusto Ferrando le decía «vieja» a Violeta o insinuaba que algo simiesco había en «Tribilín», esto el pueblo —que a la sazón había acogido en su seno al bueno de Augusto— lo celebraba porque consideraba todo aquello como un asunto de cierta familiaridad. El caso del «Negro Mama» o la «Paisana Jacinta» (personajes ellos, desde mi particular óptica, completamente denigrantes para con los grupos sociales representados), ven también anulada su capacidad denigratoria en un contexto de familiaridad. Aceptémoslo, «Los Chistosos», Carlos Álvarez o Jorge Benavides han sido aceptados por el pueblo. Entonces no es, como algunos han insinuado, que la gente no se da cuenta del insulto en sus representaciones, sino que esa capacidad de insultar ha sido, como ya dijimos, anulada en un contexto de copertenencia (para usar esta palabrita de Dilthey que tanto me gusta).
Trasgresión humorística
Pero no falta preguntarnos qué es lo que pasa cuando el que hace la broma no es del grupo. Imaginemos que un tipo se acerca a un grupo de adolescentes y, sin conocerlos, les suelta de buenas a primeras una palabrota de aquellas que segundos antes se han estado diciendo entre sí. Como es lógico, seguramente arderá Troya en ese lugar.
Algo de eso fue lo que ocurrió en un momento desafortunado, que recién comento, cuando Renzo Schüller y Jimena Lindo bromearon durante unos segundos en un programa de televisión («Mesa de Noche»), y dijeron que Magaly Solier y otra persona estarían en Cannes vendiendo Chompas o chullos.
A cualquiera que se detenga dos segundos a pensar, le será claro que vistos objetivamente los casos, el «Negro Mama» o la «Paisana Jacinta» con cuatrocientos millones de veces más insultantes que aquellos segundos de conversación descerebrada entre Lindo y Schüller (porque la otra conductora, Denise Arregui, tuvo la decencia de no prestarse a la chacota adolescente de sus colegas). Lo que ocurre es que ambos personajes nunca fueron aceptados por el pueblo como sus iguales, nadie en Villa María del Triunfo los ve como sus iguales, cosa que sí ocurre con Jorge Benavides o Álvarez o cualquiera de esos comediantes que basan su humor en la grosería, la burla y el insulto (¿acaso no es cierto?).
Entonces, simple y llanamente hemos sido testigos de este fenómeno que hace que viniendo «desde fuera», el insulto recupere su capacidad de diatriba, de ofensa y toque las fibras más sensibles, ni más ni menos.
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