The essential Augustine. |
Vernon. J. Bourke
(1964) afirma que lo que establece la importancia a la teoría de la Historia de
San Agustín fue su búsqueda ontológica, el tratar de saber qué es lo
determinante en la historia. Esto se contrapone, asegura, a la visión de los
historiadores antes de él que eran meros narradores de cuentos o registradores
de hechos humanos, que hacían —de una u otra forma— historia, pero no la
filosofaban, al menos no explícitamente. Hablando de este tema, Bourke
sostiene:
«Si hubo una teoría predominante
de la historia antes de Agustín, esta se podría resumir en una palabra:
fatalismo. En la antigua literatura, el hombre era considerado como una
marioneta atada a la rueda del destino. El tiempo fue pensado como si girara en
ciclos gigantes. El hombre estaba destinado a una repetición perpetua de las
mismas pruebas y mezquinas alegrías» (Bourke, 1964, pág. 220) [1].
Es bueno recordar que en La Ciudad de Dios San Agustín hace una crítica abierta a lo cíclico
del tiempo. El tiempo es una cuestión importante, aunque no sea del todo
importante racionalizarla totalmente y afirma:
«Omitamos las conjeturas de los
hombres que disparatan sobre la naturaleza y el origen del género humano. Unos
siguiendo su opinión sobre el mundo, sostienen que los hombres han existido
siempre. Esto motivó aquellas palabras de Apuleyo con que describe esta especie
de animales: “uno a uno son mortales, pero en su conjunto son perpetuos”. A
esto se le puede argüir: Si siempre existió el género humano, ¿cómo es
verdadera la historia que narra quienes fueron los inventores de las cosas, los
iniciadores de las disciplinas liberales y las demás artes, o quiénes fueron
los primeros habitantes de esta o aquella región, de tal o de cual isla?
Responden que de cuando en cuando hubo diluvios e incendios que despoblaron no
toda la tierra, pero sí muchas regios de ella, de forma tal que los hombres
quedaban reducidos a un puñado, y su descendencia se tornaba a reparar la
anterior multitud. Y así, según ellos, se rehace y constituye la humanidad» (Agustín de
Hipona, 1958, pág. 582)
El
punto de quiebre a este sistema cíclico en San Agustín, afirma Bourke, es
extraído de su visión cristiana del mundo y del tiempo, y el punto que marca
este hecho es un evento, que según la fe Cristo murió una sola vez por los
pecados de los hombres, y que, tras su resurrección de la muerte, no volverá a
morir. La Encarnación es el punto más álgido en la historia, todos los hechos
se integran de un inicio a un fin en torno a esta idea. Refiriéndose a este
punto acerca de la muerte de Cristo, afirma Bourke que: «Esta enseñanza
cristiana sobre la unicidad de la redención libera las mentes y voluntades de
los hombres del determinismo y el fatalismo griego. Esto además dio a la humanidad
una meta positiva más allá del tiempo y los acontecimientos temporales» (Bourke,
1964, pág. 221) .[2]
Ahora bien, en La Ciudad de Dios, San Agustín, hablando
del tiempo de Dios y el de los hombres, menciona que existen dos formas de
tiempo, correspondientes al hombre como ser finito, y Dios como ser infinito:
«…mas el espacio de tiempo, que
avanza desde un principio y está limitado por un término, sea cualquiera su
magnitud extensiva, comparado con el que carece de principio, no sé si debe
tenerse o por mínimo o más bien por nulo» (Agustín de Hipona, 1958, pág. 814)
Y luego agrega:
«Como no me atrevo afirmar que haya habido tiempo en que el
Señor Dios no haya sido señor, así debo decir sin vacilar, que el hombre no ha
existido antes del tiempo» (Agustín de Hipona, 1958, pág. 819)
Resulta
evidente, dice Bourke, que para San Agustín el tiempo del hombre ha sido creado con el hombre
mismo dentro de un plan divino. Esto tiene una doble implicancia, de un lado,
que el tiempo es propio del hombre, del otro que Dios está fuera del tiempo —es
decir que es ucrónico—. Esto que parece un simple juego de palabras, es en
verdad parte del fundamento para negar la existencia de tiempos cíclicos,
puesto que hay una sola creación como inicio del tiempo y del mundo. Y un único
término, el juicio de Dios, en un orden previsto como parte de un plan divino. En
el que incluso los hombres se ordenan en buenos y malos, los buenos habitantes
de la ciudad de Dios, y los malos en la ciudad de los hombres, no ciudades
reales, sino formas de vida. La historia humana no es más que el desarrollo de
un plan divino sometido a la voluntad divina, por eso al final de la obra
citada, afirma lo siguiente:
«Ahora, como colofón a este libro
que pide ya fin, consideremos que en este primer hombre, el primero creado
tuvieron su origen, no según evidencia, es cierto, pero sí según la presciencia
de Dios, dos sociedades entre los hombres, dos especies de ciudades. De él
habían de proceder los hombres, unos que serían por oculto, pero justo juicio
de Dios, compañeros de los ángeles malos en sus suplicios, y otros, de los
buenos en su gloria, porque como está escrito que todos los caminos del Señor son misericordia y justicia, ni su
gracia puede ser injusta, ni su justicia cruel» (Agustín de Hipona, 1958, pág. 846)
Bibliografía básica.
AGUSTÍN
DE HIPONA
1958 La Ciudad de Dios. En Obras de San Agustín, Tomo XVI.
Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid.
BOURKE, Vernon Joseph
1964 The essential Augustine. Hackett Publishing Company.
Indianápolis. Estados Unidos.
[1] La traducción es nuestra, el texto
original en inglés dice: If there was a
prevailing theory of history before Augustine, it could be summed up in one Word:
fatalism. In ancient literature man was regarded as a puppetbound to the Wheel of
fate. Time was thought to revolve in giant cycles. Men were doomed to a
perpetual recurrence of the same trials and petty joys.
[2] Nuevamente la traducción es
nuestra, el texto original afirma: This
Christian teaching on the uniqueness of the redemption freed men´s minds and
wills from Greek determinism and fatalism. It´s also gave mankind a positive
goal beyond time and temporal events.