miércoles, 11 de marzo de 2009

El "Almirante"... Prisionero del pasado

Nuestro común amigo Sebastián lo bautizó como el "Almirante" y se quedaba escuchándolo mientras su interlocutor improvisaba extensos discursos en los que pretendía fungir de Ovidio en su Arte de amar. Lo escuchaba medio sorpendido, no por su sapiencia, sino por su interminable derramar de frases descabelladas.

-Así es él -le dije- un maestro de la incongruencia.


Yo a B... siempre lo había visto como una suerte de Sam Bigotes del Tercer Mundo. Claro, en ese momento Sebastián no sabía de todas las calamidades que había pasado el buen "Almirante" cuando tuvo a bien enamorarse de una chica que sentía tanta atracción por él, como por la fiebre tifoidea. Pero ese es otro asunto.



Hace dos días me llamó a mi casa. Con su inconfundible voz que parece saltar de alegría por momentos me dijo que me pagaba el pasaje si lo acompañaba a hacer unas gestiones. Accedí de buen grado porque era la oportunidad de reencontrarme con un viejo amigo (en el sentido cabal de la palabra).


No me sorprendió encontrarlo vestido con saco, chaleco de lana y corbata -aun cuando en esos intantes Lima soportaba cerca de 40ºC de insufrible verano-, lo que sí me sorprendió fue ver su cabeza y bigotes -que lo habían hecho ser esa caricatura de Miguel Grau de la que hablaba Sebastián- completamente afeitados y relucientes. Una rodilla, sí eso es ahora su cabeza. En lugar de ser el "Almirante", nuestro común amigo terminó siendo el Ramsés ese de la película Los Diez Mandamientos con Charlton Heston.


Cómo ha pasado el tiempo...


Es curioso, yo al verlo pensé eso, pero para el "Almirante" el tiempo no ha pasado, su conversación gira en torno al pasado, pero no es un pasado recordable, sino un monstruo vivo y atroz que está ahí para atormentarlo inmisericordemente, para no soltarlo y obligarlo a ver hasta el fin de sus días esos momentos que ya no intenta dejar atrás.

Y una prueba de que el pasado no lo suelta y de que su vida se ha congelado en el tiempo es que acabo de percatarme que nunca me devolvió el pasaje.

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